Monday, June 24, 2013

1. Guilimbo no cobrará nada

1.  Guilimbo no cobrará nada

    En los primeros veinte años del siglo XX, se intensificaron los males que en el siglo XIX caracterizaron la explotación del jíbaro. El hambre en las familias, el maltrato del campesino, el ultraje de las niñas del peonaje, la ignorancia, la ignominia y las humillaciones, todos los males sin dejar uno, se asomaron al campo.
     Una reunión de sufridos, disgustados, por causa del maltrato recibido, se produjo en Guajataca, un barrio del pueblo llamado Pepino en el centro oeste de Puerto Rico.
      ¡Ya no aguantaban más lo que sucedía en una finca de Cecilio Echeandía con uno de sus mayordomos! Alejandro Bernal fue su nombre. Uno de esos Bernales, emparentados con quien de su persona hubo quejas y se lo denunció con décimas de muerte, cantadas en 1898: Victorino Bernal Toledo. Muerte y venganza, por razón de la soberbia de unos pocos peninsulares, que se autoproclamaban el Pie de la Espada Blanca y, en política, realistas e isabelinos incondicionales.
     Por cuanto los latifundistas, además de enredadores y malapagas, elegían entre sus parentelas gachupinas un verdugo, el capataz incumplido y prepotente, el peonaje del campo recaudó en colecta entre vecinos un dinero para que se le diera la muerte. Duro resultaba hasta creerlo. Para que lo escucharan, hasta para los sordos se dijo: «No hay remedio. ¡Hay matarlo!»
«¿Quién ha de ser el valiente que lo mate?», preguntaban entonces.
       Había que matar a Alejandro, el mayordomo. Y, como no había valor para enfrentarlo, acudieron a un brujo con la oferta.
      «¿Cuánto cobrará Guilimbo?», fue otra de las preguntas.
      Rumoran que él mata sin lesna y origina del más fuerte almendro, un árbol carcomido. Al más joven transforma en persona vetarra. Es un espíritu noctívago, brujo temido. Hombre grande, ojos azules, y vive en La Laguna, cerca del Chorro de Collazo.
      El campo, con su gente, sólo sabe ver sus pleitos propios con la mala fortuna, viéndoselas negras, sin que ninguno redima o rompa las falsías de la desesperanza. El jíbaro quiere creer, soñar y es bueno; mas pocos son sus amparos. Mas, mal que bien, alegan por ahí, entre Juncal y Cidral, que Guilimbo compadece y salva. Al fin, que le fueron con la oferta y, tras muy poca conversación, el brujo asintió y se mantuvo en lo dicho.
    No se crea que fue simple dar un paso y declarar el imperativo: «Mátalo». Casi temblaban ante Guilimbo Borrero, todo el grupito de campesinos, cuando se le tuvo en frente. Se convencieron de que el brujo atraviesa a todos con sólo su mirada.
    «Lo que me dicen de ese mayordomo es cierto. Lo sé. Guarden el dinero. Yo no voy a cobrar nada», escucharon que dijo.
    «¿Y si no cumple?», dijo alguno con timidez.
    «Es mejor que se pague por la oferta», agregó otro.
    «No es necesario. Cumpliré», dijo el brujo.
    Se habían reunido en un trecho del camino que va del Juncal a Cidral. «Me voy a encargar de él», advirtió el hombre, de 5 pies, nueve pulgadas de estatura, nariz aguileña tan filosa que parecía un judío. Lo observaron. Es delgado y de pronto parece tan gentil. Vestía muy bien, con sombrero Fedora, de fibra de Panamá. Y, en fin, hasta él filosofó para ellos. «Es que ustedes son el pueblo penitente que en los relapsos perviven, con las manos extendidas, mientras a sus pies les pican las tarántulas, pero no digan nada. Ni digan que compraron o tramitaron un servicio mío, tarantulados por un arrebato pasajero. Ni juren que me hablaron con lenguas de tapujos, yendo y girando por coraje e impotencia como ruleta paliadota y palillo de suplicaciones».
    Marchó. El grupo se sintió más tranquilo.
    Cuando puso sus manos en la obra, Guilimbo, el brujo, consultó sus baúles. En el interior del que llamó su baúl de haceres, baúl de hacedores, vio sus cebos, huesos de animales, yerbajos, potes de mierda de boa y variedad de ungüentos y él, entre examinativo e invocante, a cada artículo o material que había guardado, lo miró con muchos ojos. A su mente vino una tarántula que le dijo este nombre: Alejandro Bernal y también escuchó el relincho de su caballo.
    Durante toda una noche de invocaciones, inventaría unos polvos mortíferos y determinó las horas en que tendrían efecto y el lugar cuando los derramara donde tendría que esparcirlos y sudaba una gota fría en su trabajo esotérico.
alió, al fin, rumbo a las inmediaciones del barrio Guajataca. Jineteó muy seguro de que hallaría la tarántula, la víctima invocada por él. Después de casi media hora de cabalgar, vio el caballo de Bernal, amarrado a una estaca. Guilimbo bajó del suyo y sacó de las alforjas dos puñados de los polvos y los esparció a los costados del caballo y el terreno que caminaría, al momento de irse de vuelta a su casa. Echó dos puños más de polvo, cerca de la estaca y al pie de los ijares del animalejo.
     Después se distanció y un ceferito suave sopló hacia el Oeste. Dijo para sí: «Viene la muerte». Está al llegar la desdicha de la briba, van a llorar los lloraduelos y la Mano de Dios hará justicia a la reala.

   A la siete de la noche, el mandamás de la Hacienda de Echeandía se dispuso a subir a su caballo. Y alzó la pierna derecha, con el fin de fijarla al estribo y un dolor estomacal lo sorprendió de improviso. Fueron dolores tan intensos que pensó que no podría subir a su montura.
     Pudo, tras varios intentos, sobreponerse. Montó a fin de llegar, ya pasaditas las 7:15 de la noche hasta su casa. Su prisa urgía, como si se cagara y entró a su habitación. Se quitó las botas, la camisa y comenzó a examinarse el ombligo. Todo su estómago estaba afiebrado e hinchado como nunca había visto.
    Escuchó los relinchos de su caballo. Lo había dejado atado cerca de un ventanal de la casa y se asomó a verlo brincotear, inquietamente, sobre una monterada de tarántulas. Esto se evidenció la misma noche, porque bajó con gran esfuerzo y con una antorcha encendida lo vio.
    Quiso que se calmara su caballo y, al acariciar las patas de la bestia, sentía como polvos o sarnas intensas en sus dedos y, aún sí, volvió a la cama. Sin lavarse las manos, regresó a la tarea de sobarse la panza y examinar los colores del ombligo, su hinchadura exagerada.
   A las diez de la noche, había crecido tanto la tripa tan maldita que lo asustaba, crecía sin medida, doliéndole. El médico que él mismo ordenó que se trajese llegó tarde. Se reventó su ombligo y le salieron unas pústulas sanguinolentas, derramándose como plasmas.
   A menos de dos noches de la oferta que hicieron a Guilimbo, aquel día del año ’20 se cumplió lo prometido.
   Ahora los malvados con los obreros temen a ese nombre. El del brujo. En Guajataca, otros lo bendicen en secreto, sin dejar de aterrorizarse al pensar lo que sus polvos de huesos y su herbolaria venenosa ocasionan en los verdugos.
   A más de treinta años de la muerte del brujo, a Guilimbo, el que mata o da buenaventura, aún lo invocan o dan referencias de él para fines políticos. (*)


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(*) Este es un ejemplo muy posterior a la muerte de Bernal y en el que se invocaba todavía el poder de Guilimbo, ya difunto: A ese candidato de la PAVA, no lo salva ni Guilimbo: decía Piri Márquez, en programa radial del Partido Popular, en 1970, para describir a los malos candidatos sin posibilidades de triunfo en unas elecciones.

(*) PAVA, símbolo de jíbaro o campesino puertorriqueño, cuyo perfil tiene un sombrero de paja en la cabeza. Emblema utilizado en la bandera rojiblanca del partido (PPD, Popular Democrático).



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El pueblo en sombras (novela) por Carlos López Dzur



INDICE

1. A ese no lo salva ni Guilimbo

2. La capitaleña 

3. El acto de Cobita 

4. La casa embrujada 

5. Los delirios de Belén 

6. Luisa y Chilín 

7. Ahi va don Medi 

8. La Carlita 

9. El ingeniero 

10. El último adiós 

11. Don Lion el Levitante 

12. La mosca muerta y el barbero 

13. El Gringo de Cubero 

14. La sangre que se escurre 

15. Pedro el bujarrón 

16. La muerte de Nano Ortiz 

17. Crucito el Feo 

18. Reflexiones antes de la caída 

19. Las profecías de don Lion 

20. Yayo el Turco 

21. ¿Pero pa’ qué? 

22. La paliza 

23. Mantillita 24. La ginecóloga 

25. Celo por el cuerpo Liciaga 

27. Nico Chavito 

28. Juanito Rosa 

29. Sopanda 

30. Don Perico 

31. El Pacto de los Fundadores 

32. La bacinilla de porcelana 

33. El disparo 

34. El carabalú de María Peregrina

35. ¡Aquí viene Oppenheimer! 

36. Cento Nuptialis 

37. Sabiduría de Catín La Coja 

38. Los ultrajes contra Eulalia 

39. Jimmy Meneíto 40. Moncho Botella 

41. El fantasma de Mingo 

42. El Loco Cancel 

43. Chila Cubero 

44. El patriota americano 

46. El primer héroe 

47. Los huéspedes amados, 1923 

46. Vale Santoni 

47. La ruleta rusa 

48. El derrumbamiento 

49. Por el voto vengo a verla 

50. Cecilio, el desobediente 

51. El perro que enamoraba las hormigas 

52. Levante el corcho y gane 

53. Memoria de Genaro Eleuterio López 

54. El día que nos pidieron cuentas 

55. El arresto Hernán / Brincacharcos 

56. Rafa Te Vi 

57 El Loro Guillé 

58. Lolo Puya 

59. El Talibán Boricua 60. Pancha Tantra 

61. «Mi corazón en el dolor tan viejo» 

62. La Fiera Santa y el poder en la madriguera 

63. Luis Ríos, 1949 

64. Figuraciones de Don Pepe Cancio 

65. Cheo el Oso


DESCRIPCION

Carlos López Dzur ha reunido cincuentidós de sus relatos en una colección que constituye una novela y un personaje colectivo: el Pueblo de San Sebastián del Pepino, municipio puertorriqueño fundado en 1752. Del espectro de habitantes pueblerinos y de entre las personalidades humanas de distintas clases sociales, nos lleva a conocer a la comunidad y ciertos momentos epocales de ese elucidario que él describe, con los embrujos del carácter particular en el noroeste de la isla, su idiosincracia colectiva y episodios que, por tan suyos y significativos, han sido guardados a lo largo de la época; al menos, los primeros 70 años del siglo XX, con secretivo celo.

Este es un libro muy latinoamericana en general. No pretende exclusivamente ser localista, porque lleva un pedazo de la historia de la inmigración de los canarios, vascos y catalanes, que fueron esencialmente los pobladores de 
«El pueblo en sombras» y la nueva sangre tras la Real Cédula de Gracias de 1815 que España concedió para proteger a los venezolanos afectados por las luchas bolivarianas.

Es además una novela sobre la ola de anarquismo que afectó a las Antillas desde que en España se sofocara La Mano Negra. Uno de los jueces importantes de ese proceso en Jerez de la Frontera fue un nativo del pueblo del Pepino que inspira la historia. Es una novela que recoge el impacto en las vidas de la transición del gobierno colonial español a la influencia de los EE.UU., tras la Guerra con España en 1898, el llamado Desastre. La novela avanza para recrear a personajes que se fueron a los EE.UU., a los barrios newyorkinos y de Chicago y cómo fue su readpatación o desadaptación a su regreso.
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Indice / EL PUEBLO EN SOMBRAS

Comentarios sobre «El Pueblo en sombras» 

«Con el primer párrafo, de 
«Don Lion el Levitante», ya me has ganado, Carlos. Con el resto, sencillamente te aplaudo. Excelente ritmo de narración, riquísimo vocabulario, muy buen uso de los tiempos y las puntuaciones. Transmites con mucha facilidad y es sencillo imaginar o visualizar las escenas de la historia. Tienes buenas maneras de narrador y perfilas muy bien el registro de cada personaje. Enhorabuena por tu escrito. Me ha gustado mucho»:Igner, escritor español.

«No conozco para nada los personajes ni las locaciones, sin embargo, al leerte es como si me transportara a Maricao o Pepino, acompañando a los personajes. Muy bien narrado»: Juan E.,escritor español.

«Durísimo relato, 
«La paliza», bellamente realizado, enhorabuena, un abrazo»: Azpeitia, escritor español

«Esta parte [
«La capitaleña»] me fascina. Muy bien escrita; vives y te transportas»: Zanuit.

«Carlos, ya me empecé a leer tu novela y me gustó su tono zumbón y pueblerino, pues manejas en la novela un espanol que ya es muy raro oir y que me recuerda al Pepino de la infancia, a una convivencia que ahora, a la distancia, podemos decir que tenia tanto de opresiva como de poética. Mientras la vivimos (lo digo por mi) me parecio siempre más opresiva que poética, pero, bueno tú captas muy bien ambas cosas, pues la una se alimentaba de la otra... No sé, había una especie de aislamiento que asfixiaba, de ambiente incestuoso, de insularismo, de genealogias y abolengos venidos a menos, de maldiciones que se cargaban de generación en generación y telenovela, que le daba cierto cariz de Macondo al pueblo... No sé si ocurria asi en otros pueblos, o en todo Puerto Rico. Lo cierto es que ese mundo desapareció, como desaparecio del pueblo nuestra generación, pues según me cuentan el 90% de nosotros emigró. Se fueron los que se quedaron (nosotros), y volvieron los que en nuestra infancia habían emigrado.

El pueblo ahora es una combinacion de Wendy's con donas con monos pentecostales y armadas con SUVs. Temible. Y se respira la soledad en las calles, como en los pueblos fantasmas del Oeste, porque la vida gira en torno al viaje de la urbanización al mall y de ahi al templo... Nada que me alegro que quede una constancia de aquello en tus textos.

¡Carlos, chico, qué mucho sabes de ese pueblo y sacar una novela de ese pueblo --ahora ciudad-- no lo creo! Sabes que hay un libro muy bueno sobre la emigración pepiniana a Chicago y el regreso de esa gente que está hoy en día casi toda en Robles en unas casonas rimbombantes que ni te cuento»: Dr. Arnaldo Cruz-Malavé,profesor de Literatura Comparada y director asociado del «Latin American and Latino Studies Institute», de Fordham University, New York

«... voy a darme un chapuzón en el espejo de tinta que propones como parte de la historia del célebre San Sebastián de las Vegas del Pepino. Ojalá me pueda tropezar con alguno de ellos y mejor aún, con otros personajes pintorescos por mí desconocidos»:Edgardo Nieves Mieles, escritor y poeta peurtorriqueño.

«Tus cuentos tienen la fuerza artística de pocos... la pasión de otros. Y, como nadie, esa culebreada chispa de prodigiosa socarronería, pulcritud y excelencia alquitarada [...] Según dije un día, ésto de la vida, como el arte mismo, va más allá de 'lo correcto, lo bueno y lo malo' ... Tus libros hacían falta para conocer entre otras cosas, si no son todos los que están o están todos los que son... Sé que, para tí, todo es importante y, más todavía, que ambos libros son de lo mejor que llena el espíritu al leerlos. Responden como uno espera del dominio de un escritor sumamente talentoso y bien equipado»: Dr. Joaquín Torres Feliciano, sicólogo y escritor, residente en New York

«Vaya cortejo de manguis, chorizos y cabrones, sobre todo, los de mi país. No estoy ducho en historia pero me ha parecido muy interesante. Pero tendría que conocer la historia de cada uno de ellos porque hay más gente que en una mañana en las rebajas de enero en los comercios de Bilbao»: Diego Jiménez, escritor español
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