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De Leyendas históricas y cuentos colora'os
Gustavo Villoldo aconseja a su nieto. Tiene varios pero éste, al que pegó la bofetada y ahora consuela, es uno muy perturbador. Cuando se mete en su recámara, «la de sus memorias», el Nene siempre hurga demás y opera con la malicia del secreto y el meterse a hurtadillas donde le llaman. Sacó del cartapacio dek archivo (que, por descuido dejara abierto), el sobre que contuvo el mechón de pelo que, recientemente, a Villoldo lo hizo rico. Quedaba una pelusilla del heroico y famoso Ernesto Giuevara.
En Europa, Villoldo vendió en subasta por la suma de 69,000 euros el mechón del cabello de Ernesto Ché. El vendedor se retiró de la CIA en 1970. Fue un mercenario, antirrevolucionario y mentiroso crónico. Cierto es, pidió visos heroicos a la vida; pero, no por amor a ninguna causa de justicia, ideología social u organizadora. El mismo se llama 'mercenario'. A él, dénle dinero y vende a su madre.
Mintió el día que alegó que fue tortutado en Cuba durante cinco días y cinco días han sido suficiente para que diga que «mientras no le falle el físico seguirá luchando contra Fidel Castro». «Y mi lucha es dinero: ni siquiera es contra Fidel. Es por la devolución de fondos cubanos congelados, gracias al bloqueo que Estados Unidos mantiene contra la Isla. Esos fondos, yo los quiero. O son de nosotros, como cubanos, o es que Norteamérica los robará para sí».
Como el no cree en alma, ni identidad, «todo ese dinero puede ser mío; y yo los gastaría en los Estados Unidos». Villoldo funciona así, a cada paso propone a la CIA, el negocio de esos fondos. Es cazador de cuentas congeladas; pero, «para mis ojos». Habla sobre sus hijas y nietos, a los que desea millonarios.
A su nieto le dice: «No tengas alma; ten un físico y que no te falle». Anima que el nieto se vaya a la Marina Naval americana, «a hacerse hombre, macho enterizo» y le instruye: «Nada es más importante en la vida que el dinero. Si matas, si mientes, si te arriesgas, que sea por dinero. El dinero manda más que cualquier dios y cualquier patria».
El viejo fuerte de Gustavo cultiva varias hortalizas que tiene en su finca del sur de la Florida. Se retiró en 1970 de su trabajo con la CIA, mas no ha perdido la costumbre de sacar el máximo provecho a cada mentira que diga. «Saber mentir paga bien; los sofistas enseñaron eso. Que la verdad existe para ser canjeada, adulterada, vendida y falseada por dinero. Aprende eso, Nene».
Para que el Nene calmara sus pucheros, después de la bofetada y comprar la complicidad («que tu madre no se entere de que te pegué en la cara»), le dijo que ese pelo en el sobre es una de las tantas hazañas de su éxito económico. Un hombre próspero, incapaz de donar una camilla para uno de los proyectos de hospicio de la Madre Teresa, uno de esos que hablan sobre el romanticismo misericordioso y sobre Jesús identificado con las causas de hambrientos, esclavos y oprimidos, posiblemente es fetichista.
Ningún fetichista hace un acto altruístia o dignificaría al Ché con su ejemplo; pero, «muerto el Ché, compran sus pulgas. Yo vendí un cachito de su piojera, Nene» y dice que, por todo lo que sabe y calla, por lo mucho que ha dicho, visto y colaborado, con operaciones del anticastrismo y la política estadounidense en Cuba, el gobierno / esto es, el Pentágono y toda la red de las «gusaneras», / son capaces de otorgarle 2,000 millones de dólares.
El Nene no se puede explicar por qué hacer un billonario del abuelo, que no es la «gran cosa» como persona. Más bien, es desagradable, antipático, mezquino con el dinero, si fuese cierto que tiene tanto como dice. «La CIA me ha pagado bien», se jacta cuando su mente se remonta a su participación en el asesinato del Comandante Che Guevara, ejecutado a las 13:10 horas del 9 de octubre de 1967.
Por una y otra cosa, se siente con el derecho a juzgarlo y describirlo como un militar destinado al fracaso. «Los guerrilleros improvisados sólo hacen exitoso su mito»; pero nadie puede vencer al capitalismo, en este milenio, sin desencadenar más capitalismo. Y Ernesto Guevara, después de muerto, es un producto más manejado por las fuerzas del capitalismo.
«Me quedé con esos cuatro pelos que víste metidos en el sobre y, sin embargo, me pagaron miles de euros por el mechoncillo», susurra como ejemplo del cómo se capitaliza hasta un gargajo de salva con tabaco que Guevara escupitara.
La Ruta del Che es un paquete turístico de las agencias de viajes bolivianas y, en el itinerario, se incluyen varias paradas en la escuela de La Higuera donde fue ejecutado, «un rápido vistazo a la quebrada del Yuro donde fue apresado y ahora, como oferta especial, la pascana en la que se supone fue su tumba durante 30 años al lado de la pista de aterrizaje de Valle Grande».
Villoldo dice que al Che, «ateo como fue», le hacen misas, lo usan en 'mandas' y en la zona donde operó y murió se le venera como a santo. San Che atrae turistas y consolida a cristianos de señal y y creencia. Todo lo que ataña a San Ché, o San Ernesto, será fetiche y el que sepa sobre el Ché, de sus 'milagros' y horas de calvario, es como profeta. Su riqueza baja como del cielo. «Es como si le pusieran una mina de oro a la vista y tuviese mapas de ubicación en las manos, pero hay que tener físico y ambición. Money, money!»
Toda la autoexaltación con que Villoldo se ubica en vida, clamando la atención de los nietos y las agencias de viajes miamenses y suramericanas, se origina por el contubernio de la «justicia venal» de tribunales de La Florida y la vieja política de seguridad, antes llamada la Deténte comunista. Ahora se cotiza lo que él sabe, o dice, o hizo en la friolera de 2,000 millones de dólares. Se le tiene miedo a su boca, a sus mentiras, se precia que siga con la mentira y no le cuestione al gobierno sus 'verdades'.
A él, hay que indeminizarlo, aunque sea con el 10% de tales fondos que, por estar ya asignados, han sido pastel que otros buitres sobrevuelan para mayor estafa y robo. El Tribunal, por voz de la misma jueza, ha dicho que los 2,000 millones de dólares una buenas tajadas ya «han sido esquilmadas por sentencias similares en otros casos de pícaros».
«Pero, tú no eres un pícaro, ¿no?»
Y se echan a reir los dos, como si supieran la respuesta adirmativa, pero, al fin, volviendo a su cara de sofistico morrilludo y la severidad del «delito» del nieto, cómplice prospectivo que hurgara sin permiso en sus archivos de memorias secretas, Gustavo, el Indemnizado, dice: «¡Claro que no!»
04-09-2007
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