Sunday, July 12, 2009

La casa / Libro


Jacinta

Dedicado a Jacinta Piñuela, de Orense, Galicia


Aquí puedes llegar, Jacinta,
el traspatio te espera.
El sendero sonríe.
Mi puerta se conmueve.
Mi escoba con ternura
a tu paso echa flores.
El sofá tira besos.
La cama conspira
y te recibe.

Abre mi nevera que la cocina te aguarda.
Llenemos una copa con escarcha del freezer.
¿Recuerdas? ¿cuando niñajos?
no teníamos cervezas
(por tanto, juguemos como antes
a raspar el hielo
y cubrir de tamarindo el agua congelada).
Ahora es diferente, Jacinta.
Nos sobran las mieles para el beso robado
y el raspado en el alma con botellas de vino.

Llenamos las botijas del deseo
con la piel más cómplice que en vela...
Nos comunicamos tan gratamente
como costillas golpeadas
por Dios hecho ternura y por el Diablo
traviezo, ardidos en pecado
por comernos a besos.

Por eso, visitante deliciosa,
acércate con tus clavos y martilla mi cruz:
mi boca ha de sangrar como Cristo que aprendió
a hacer parábolas con la mujer en ajetreo,
o sus intrigas y su dulce presencia
en hacendosa friega, por amor.

Seca la vajilla de tensión que te emociona.
Una toalla de mis ojos en la cocina se tiende
y te va alcanzar, no lo dudes, Jacinta.
Sudaremos por amor y nos secaremos
después de mirar, a párpados desnudos,
la humedad con que el placer devuelve
al fuego originario, su magma más caliente
y sus piedras irrefrenadamente lanzadas.

Entra a mi baño.
El espejo se aburre de verme
con mi barba a solas y tu carita
más suave que los pétalos será la novedad,
la nueva fiesta, la grata imagen
que se guarde, sin réplica imperiosa de rutina.

Empapa mi rostro con el jugo de cebollas
de tu tacto, ház mil tasajos con tus artes galaicas
de cocina; pero, el puerco no lo como, ya lo sabes,
yo prefiero al cordero, tan judaico,
y a tí, borrica femínea,
sobre el lecho sin contemplaciones.
El piso más limpio, el alimento más sabroso,
son tus labios.

Tu escobillón, que desempolva todo,
nunca más detergente que cuando me ensaliva
limpiadoramente la piel, tu boca ardiente;
el paño de tus muslos refriega a las paredes
(me reluce in profundis, por misa de tu higiene).
El tiempo de tu piel, agua caliente.

Regresa, Jacinta.
Esta es la casa que te pertenece.
Son tus objetos.
Tu presencia dió virtud
a cada puerta, a cada patio, a cada escondrijo.
Y la madera cruje, el hormigón se arma.
El mobilario te aclama y el amor, por ser tanto,
se escapa por ventanas, se refugia en las flores,
se trasiega entre bardillas, atajos y callejas,
y se regresa una y otra vez, creyendo
que hemos terminado, pero estamos en amor aún.
Y así será, siempre que me invadas
y me entregues tus diligentes cuidados
de jovenzuela enamorada, mujer,
amiga, amante.

Estos objetos ya son gritos de tu piel.
Nada me llama a la mesa, sin tí.
Toda olla tiene alguno de tus nombres.
Cada sartén me calienta al evocarte.
Cada cortina es un vestido que voy echar abajo
para entrar al misterio más bello y puro...
Por eso, tu cuerpo es más sabroso que la sal.
Más inmenso e incontable que las arenas
(deseado como playas del Caribe que es mío;
afortunado como ha sido arribar
a tierras de Orense, tu tierra
donde han formado su casa Los Piñuelas...)

Todo lo que has tocado
ha cobrado el encanto de tu mágica tibieza
y el peso existenciario de tu vida
se refugia, como gesto, que te copia
y crea curvaturas en mi espacio.

2.

Me gustas y mi casa te llama,
con el mismo pretexto, le gustas.
A primera vista, se tentaron mi corazón y el tuyo
y nos entró por los ojos el afán de ser ventanas
en la casa de nuestros propios cuerpos
y arroparnos bajo la imisma colcha
para explorar un mismo anhelo.

Jacinta, tu boca es agua de pozo.
Mi pozo te llama con nostalgia de tus manantiales.
De tus pechos, pende la tersura que yo anhelo,
frutas que tú provees, fascinaciones
que se materializan porque mi devoción te cita
y mi casa es el santuario que comparto contigo.

Toda tú me gustas. ¡Toda!
Eres la verdadera casa de mi casa.
El descanso verdadero de mi cama.
El verdadero ver de mis ojos
cuando estás en los pasillos.
La verdadera luz que se enciende
cuando busco, en vano, la sabiduría
desde esta urgencia de solidez
que nos da el cuerpo.

Lo que sostiene el abrazo
del cielo con la tierra
sí algo, divino es como mujer,
bello es como muslos suaves,
ojos grandes,
pelo largo, pechos de mujer,
boca de mujer,
iluminado es como el alcoiris que traes
formado de gestos, asombros, detalles,
risa, ingenio, ternura de mujer...

¿Cómo fue posible
que fabricaras mi casa verdadera
con la energía tan pura y elemental
que se expresa en el ser?
Bajo mi techo, cada cosa habla de tí, Jacinta,
y tan sólo por causa de tu feminidad...

*

La palabra amorosa

Ha sido una bendición que me quieras.
Había olvidado que nacemos
para alguna canción que vive cada vez menos oída.

¡Qué bien dices en qué consiste soñar
(si es que soñamos)
el completo sueño que escondemos!

¡Qué bien amas si cantas
(porque conmigo cantas
y cantando me amas)
con obsesión equivalente!

Habíamos olvidado
(si es que olvidamos por completo)
que la dulzura no es
un mensaje difuso de la cara,
oscura y temeraria duda ante lo incierto...
acaso si... risa fulgurante que sigue ahí
y enciende rostros al futuro
y todas las pasiones son visibles
(si es que todas sirven, turbias o felices,
como sean, para dar residuales luces
e ironías al pasado,
o al hoy, o a lo que venga...)

Ha sido una bendición
tu corazón que comprende,
sin ninguna obediencia,
si es posible que obedezcamos
sin premeditarlo,
por debilidad que no conviene,
por comportamiento diseñado,
que parece destino...

No, ya aprendimos,
por palabra de amor,
a optar y se nos pega la gana,
y somos desobedientes,
y lo que más conviene es sonreír
aunque nos duela la cara.

Había olvidado que hay
(y siempre hubo)
tantas fantasías.
Tus besos, por ejemplo,
que predican la realidad de los músculos,
la dulzura de las endorfinas,
y no mencionan que el amor existe,
pero está el viento de marzo
y su lluvia
y tu alfombra verde de prados
y tu piel suave,
más suave que el mundo,
menos esquiva que una idea...
y existes, haya palabra o no,
para identificarte,
y voy sensualmente por tu adjetivo
y tu verbo,
por tu cuerpo de onda,
por tu ser y sus partos...

En Tertulia de Mizar
(Núm. 683, 18 de julio del 2000)

*

La casa

No me quejo de la casa donde vivo.
Vulnerable es, como choza de yagua.
Y tiene añeja piel, zócalos grises.
Con el viento de tormentas en agosto,
tiembla, cruje, se resfría como yo,
padece soledades.

No. Si me quejara,
sus puertas tirarían de narices
mi corazón con que soñara
la fe de sus cimientos,
la intimidad de sus vestíbulos,
la altura y amplitud de sus recámaras
y sus salas con artesonados viejos,
tallados a mano con devoción mantuana.

Las calles aledañas cortan
el lenguaje vacío y rencilloso,
pero la casa y yo nos guardamos
en celo, uno a otro, pues queremos ser
baluartes de lo que en que un cálido balconzuelo
es el tefillim / mezuzah
que es poste mosaico, lo sagrado.

Mi casa funda la libertad
con las ventanas abiertas
y en el jardín hay alegrías que florecen;
pero sus paredes ya tienen agujeros
y un golpe de provocaciones
llovió sobre las puertas.
La cicatriz sigue abierta;
el hueso quebrantado.

No, si me quejara...
dejaría de amar a las hormigas
que se divierten sobre los pilares
y llevan sus cabecitas negras y nerviosas
a una antena que me sabe a nostalgia
de mi infancia y a mis juegos con ranas
que crearon cerca de mis pozos y escondites.
Una araña teje, tan alta bajo el techo
que jamás hallé un artificio de destierro...

Hay ratas peores, no me quejo.
Peores que las que chillan
en los sótanos de mi casa en estío
(las que ahora pernoctan sin permiso
y lamen los baúles donde están mis recuerdos).
Mis abuelos, mis antepasados y mi padre,
las llamaron caínes, ratas perseguidoras,
venenosas, falanges de la Guerra Civil,
ultraderechas que han mordido
a corazones, que han arrebatado y seducido
a mucho más que los bichos a viejas cartas,
fotos y libros, sentimientos.

Las polillas no se comen los huesos.
Los milicos sí; desaparecen sangrientamente
a las generaciones de hombres de cedro puro,
luchadores con huesos más nobles que los suyos.

*

No venderé mi casa

Hoy mis paredes son, en rigor, ruinas,
hacienda devaluada.
Ortigas, hórreos en musgo, patios
del abandono. Cubierta está la citanía
del templo que ésta fue, el castillo existencial
de sus vidas guardadas, mi tesoro.

Lo sé, objetivamente
y si me quejara
faltaría a la promesa que le hice:
¡llevarla conmigo a la aventura,
mimarla, restaurar su belleza
y su esplendor,
reabrir los expedientes que su pasión
levantó como pilares
y su orgullo, su líbido, sus gracias sutiles
que son el cimiento profundo.

*

La casa es una hembra

La casa es una hembra con amor,
social y humano, y tiene honra
en su piel de piedra, moralón y cedro.

Esta construcción está conmigo
y la quiero con celo. La añoro.
Son mis cuatro paredes favoritas,
el esqueleto de mi nostalgia humana
y, aunque mis palabras parezcan
vulgarmente exageradas
ya que no son juzgadas
como plausibles y objetivas
y no designo su costo de mercado,
diré que casa es mujer,
cuartel con buenos muros,
cocina y pozo del alma tan hambrienta,
sinceridad y gentileza de varones,
y no se vende como no se vende
a la madre y a la esposa,
ni a los hijos ni al amigo.

No hay precio que pague
o que explique lo que esa casa es
ni lo que ha sido.
No. Si la vendiera, conmigo
iría la queja y la maldición
y mi derrumbe.

11-09-1988

*

El malecón

El malecón es testigo.
Treparon por bejucales, las hormigas,
avanzaron como ortiga entre uverillos.
Y eran besos del musgo
por la espalda de mi casa.

Harían su historia, urgieron tiempo,
se inventaron horas y trucos
y abajo están todavía, porque me fui
sin bendecirlas con palabras,
sólo con vainilla
y nostalgia de mar que adoro.

¡Pobre de mi rata!
No pudo irse conmigo,
triste araña, que no baja de su tristeza
alta de exilio y escupido, telaraña!

Pobre viudas y negras sabandijas
que quedaron del sótano, prendadas,
en una vieja casa de La Habana.

05-01-2000

*

El fuego

No se define el fuego.
Su lengua verbaliza las llamas.
Como un poema en los ojos se quema.
Como un amor en el altar se consagra.
El fuego es el homenaje dispensado a las cuevas,
el hálito de aquel, que es el Gran Testigo.

No se define el fuego.
El ministro acude como luz y consuela.
El benoni, que en tristeza arde
su dolor cavernario, se bautiza
ígneamente y se alimenta.
La cueva es la casa para el fuego.
El fuego es la alabanza de la casa.

En los umbrales ctónicos de la noche
la luz escribe su fuego como rito.
Se recompensa al hombre como antorcha:
el Sephirot divino calurosamente se dispensa
y una estrella en los ojos humanos se define,
Cantan los pueblos porque el fuego existe
y no hay palabras, en tal canto,
sólo tambores y fogatas.

03-09-1990

*

El sótano y el exilio

Si el amor fuera recuerdo
(¡qué poco espacio en las valijas ocupas!)
te llevaría conmigo, sótano en pleno.
Mi padre dice que vamos hacia España
(y queda lejos), dice que regresaremos,
que no es pa' siempre.
De Basilea a La Habana había dicho
el Buen Otilio, que no somos suecos
carcamanes, como les habrían dicho.

No te digo que me gusta la idea,
ventanica, ni te digo adiós, pero sí...
por de pronto, tengo que irme y me voy,
con tristes ojos y labios y desaliento.
Elijo estos muñecos de goma
(son soldadicos verdes de los americanos)
y estas mariposas
y también un gusano de los feos
y el microscopio de Sbarbí, mi abuelito...
Algo es algo.
No sé si me los quiten,
no sé si me los llevo.

Mamá dijo:
el microscopio pesa mucho, no,
ni los gusanos, ¡no importa!
Es por tí que estoy triste...
¡Me están quitando la casa!
Me han dicho, ventana mía,
que no vuelva asomarme por tu cuerpo.
¡Que no te busque y que no te quiera,
sotanico oscuro!

*

Benavito está triste

Solo, entre la gente, está él
(aunque conoce las uvas del majuelo);
y triste ... pero los jilguerillos trinan
como siempre y las golondrinas
s e anidan en balcones
y él las mira
con la dulce piedad de la simbiosis.

A él esperaban muchos de los que sufren,
niños con trichulis y parásitos,
guajiritos con los ojos tan grandes
como sus barrigas,
mulatas que serán primerizas.
(Su clínica está llena de enfermos
y nadie le llama Simón
sino Viejo Santo y bendito).

Las sombras le acompañan, pero no le hablan.
La Habana de adoquines conoce su ternura;
sus amores admira; pero la calle es dura...
y es como cerviz de piedra,
muy pulida y jabata.
En la noche volverá a casa y estará solo.
La vejez está diciendo:
No sonrías.
Su boca ya no quiere tantas voces.
EL corazón multiplica más recuerdos
que paliques en guatequerías.

El hijo de su carne está en la guerra;
el hijo de su hermano, tan amado,
está en la noche, muerto.
Los nazis lo reventaron a balazos.

Mi abuelo Benavito ya no es pobre,
pero la riqueza de su casa tiene lágrimas
y el azar del capricho hila ironías
con lutos y premeditaciones.

¡Mirad qué solo está, abuelo solo,
porque Elohim se hizo para él
una simple palabra del Siddur!
La palabra sola y el solo Dios caminan
entre infieles e incrédulos,
entre saduceos como él, que antes litaba,
y se comía el libro de los píos.
Hoy no visita ni a los templos del consuelo.
Realenga está su alma, sin sábado de justo,
sin havdalah en el vino.

Bet ha tefillah fue asaltada
en la riña de estos años de guerra sucia
y de imperialismo.
Y el abuelo maldijo
y se mordió en su lástima
por no querer la lengua como llama
ni la Mano de Elohim como su amparo.
La soledad da coces al aguijón
y en el abuelo triste, viejo solo,
la historia pudo más
que el príncipe del sábado
y la reina Nashim, La Sueca, Cristina.

La abuelita Cristina,
dulce de alma.
a su sombra, permanece
y le seca sus lágrimas
y le oculta las suyas.

Con la pipa en los labios,
Simón está
y oculta que está solo, aunque hay gente
que lo llama a los partos,
y lo abrazan
y le besan el pecho,
porque es alto como una nube.

Triste se tiende sobre el lecho
al lado de la esposa.
Vehemente en dolor, en yugo primitivo,
su barba amanece, crecida en grises;
pero no piensa cortarla jamás.

Como al hijo del castigo, la soledad saluda a su mañana;
el sol de baronshin está en desobediencia:
el viejo está sin fe, por días y días.
Seco de labios, mustio,
aunque del vino rutinario
él probara su dulzura
y del secreto majuelo del ayer
bebiera dicha, aún no se seca la queja
... Se fue a la guerra
o el aviso del maskilim,
es por falta de ángel,
de dulce fantasía,
o vigor en la carne.

La soledad te vencerá
poco a poco, le dijeron,
hasta la muerte, pero la gente ¡qué sabe!
El se sostiene activo y, en privado,
La Abuela con los suyos consolidan su mundo:
«¡Te amamos, Benavito! ¡No llores!»

06-06-1980

*

¡Lourdes, nos besamos!

¡Lourdes, nos besamos!
¡Nos tocamos el sexo,
nos acariciamos
como dos niños
con culpa y con delicia!
Como perros, inconscientes,
nos quisimos,
como ocultos amantes callejeros,
accedimos a ser cómplices, callados.

Yo aprendí por tí
lo blando de la carne y de los días,
y el amor que viene con el miedo,
y lo suave de tus nalgas tibias
y el incipiente chocho tan peludo
y la paciencia de besar tus pechos
y la urgencia de palparte toda.

Ahora, ¿quién me quitará la ensoñación
del nuevo encuentro con tu carne?
¿ y tu recuerdo?
¡Nadie!

¡Has profanado
mi inocencia con delicia,
y no soy el primero.
pero peor que todos,
ligo tus muslos abiertos cada hora
porque estoy seducido
y tan contento y triste y sigiloso!
Aún no sé proclamar por siempre
que te quiero...

07-05-1976

*

Las manos de mi abuela

Cinco senderos son, sus dedos
ricamente teñidos de pasado;
otros cinco, hábiles comunicantes de futuro.

A su epidermis se añaden:
el cielo de las uñas con su color
de pétalos rosados e insinuante red
de venas azulosas, el verde imperceptible,
esperanza tejiéndose en lo oculto,
utópicamente vital, señera, como imperio.

Sus dedos largos, tan finos, son el rastro
de edades, con muchos alcoiris;
y el terso corazón, como labios melodiosos.
Ella es una piedra que juega con los lirios.

Desplaza sus manos suavemente
como si fueran ramas
lentamente acariciadas por el viento.
Ella se sabe un árbol, o una hidríade...
(aún es graciosa cuando atrapa
la pureza de las cosas y se rebela
contra el estío del mundo).

Los nudillos, cinco besos,
y las yemas de sus dedos,
mapas, geografías, viajes trazados
en la carne y ha buscado horizontes
(donde abunda más el amor que las cosas).

Yo no creo que su cara tenga arrugas,
sino pecas, besos de mariposas,
revuelo de muchos gestos que visitan
su rostro y escriben en la piel su amor
y la llenan de alcoiris y relámpagos.

*

Mi abuela y yo

Ahora adivina que vengo con sigilo.
Jugaba yo, nutrido de sol y campo
(y perseguí trinares, me sedujeron
las pequeñas aves, los pájaros).

¡Qué dulcemente me llamó con el trajín
que agita con su mano, quieta hasta entonces!
La distingo y ha de ser
como una paloma
de cinco alas.
Querrá jugar conmigo.

Descubrí la mansa tibieza
de sus dedos blancos, sedosos,
y cuando aprieta los dedos que son mío
la vida se acumula en mí,
como si fuese ella una pila
que suma sus años y mis años
y descarga su corriente de energía.

Mi abuela me define lo eterno
con sus manos y es lo que necesito,
sus manos que escarban mis asuetos.
Su amor que energiza mi alegría.

*

El sótano

Si no me vuelves a ver,
ventana mía, ojo con mis peligros,
no digas, con enojo, que te dejo...
Ni que soy ingrato,
ni que no te quiero.

De los muros, tu balconcillo de rejas
y antepecho ha sido más que amigo.
El encuentro desafió mi estatura
¡pero, tercamente, a tu espacio he volado!
Sin las pupilas mías entre tus marcos
de opalisandro y caobo oscuro,
la mar Caribe no daría sus saltos de olas,
su rumor de playas.

El Malecón sería vacío nominalismo,
paisaje extraño, costas de espumas
que jamás habría visto...

Sin tí, los camiones cañeros no vendrían
a La Habana; pero, ventanica,
mirad que llegan al tino
y estamos en plena zafra.
Por tu ventana lo espío.

Eres la cita de mis fugas, chiscón
de mis juegos solitarios.
Recuerda al niño que te ama
porque ya estás viejo, oscuro, polvoriento,
sotanico, aunque seas el más inmenso
resguardo de la casa y yo tu frágil compañía.

El tercer piso es el mío,
donde tengo mi cama;
pero yo me fascino con tu almacén, La Bodega,
con su humedad de cova, el techo alto
con arañas y ratas, con fantasmas de hilo,
abandono, barriles, maquinarias, baúles...

Muchos juguetes tengo por tu causa.
Me gustan más los que son de fierro
y el embeleco que con ellos invento...
Mamá dijo que no llevaré al partir,
nada de tantos acumulos,
tu mundillo de memorias, a oscuras,
utensilios zarrientos.

*

La palabra más sutil

La palabra más sutil puede ser una daga
y un silencio, tedio y suplicio.
Los solos ni a decir hola se atreven.
Los tristes beben cicuta y danzan con el viento.
Los nobles, los alegres, se evaden
en presencia de esta angustia, la palabra
sutilmente homicida, filero verbal
de canallada.

Aquí, en este lenguaje
de sospechoso inocuidad,
una flor es blasfemia,
cada rama se conforma con espinas.
Y la palabra dulce es extravío
y la gentileza se encara
con trámite de duelo.

Por eso voy a tan solo
y cumplo mi rutina y a veces
lloro con las horas en medio del barullo.
Y estoy en la colilla de un cigarro
y, de repente, me encuentro
con mi canto.

15-01-1978

Las prostitutas

a Rocío
Cuando saltas delante de mis ojos,
cuando irrumpes, ente manifiesto,
y das en las pupilas,
eres un golpe de la brisa con aroma
y una mariposa y una noche y me encantas.
Por lo general, evocas el perfume
y la tibia forma del muslo y la armazón de huesos
relajados y fluídos. Tu estómago
cubrirá mi piel como arcilla que se lava
en barranqueras, o cascada que baña
dulcemente, aunque huelas a yagrumo
a mis espaldas
y te pierdas como gacela, apurada
por tu rumbo de malezas o escondrijos.

No me gustas por eso
porque te vas y tu encuentro es más breve
que el silencio y menos duradero que la aurora.

... pero me gustas, zorra,
porque conservas la astucia de vulpeja
y husmeas la madriguera de la calle
en la ciudad mundana y en la plaza
del cuidado circunspecto, te temporas.

Te surtes con vestidos de lujo
y de marrana, si te place.
Te engalanas, asqueada
o cómplice, del orgasmo ajeno.
Te obsequias provocante y provocada.
Azuzas con lockeano sensualismo,
te enciendes como motor de sexo, talonera.

¿Pero dónde, mujer, serás tú más amada?
Me gustas, nulípara, y no quiero pagarte
porque en tí está escondido todo lo que quiero
primariamente mío, hormonalmente santo,
tus críos con su lenguaje puro
a menos que los vendas,
lo mismo que a tu cuerpo.

Te hallaré como el zorro
que no vende ni compra su presa, la persigue.
Se cerciora si conservas o escindes
tu luz de fe y malicia, tu fuego amor e instinto,
tu pez ígneo de lealtad
en los montes sagrados de los días.

No vayas por fuego fatuo y por ventaja
a los ojos de salvaje, que él no paga;
él muerde, acosa, organiza, desespera, se angustia
y en su mundo no existen las monedas
ni el fascinum ni es el escarnio;
no pagará las deudas no debidas
ni fundamentadas,
menos al nacón de las monedas.

Como el salvaje, satisfecho del rito
pezuñas clavadas por astucia y por deseo,
soy el preguntante del te quiero.

Que la necesidad carece de ley,
pues me gustas por necesidad y por ella,
desde ella, contra tí y tus pareceres,
voy a zorrearte con colmillos debajo de tu ombligo,
venceré la urdimbrada de tus noches.
Con hocico agudo lameré de tus tetas.
Donde tengas un corral, destenderé
tu cama, rasgaré tus máscaras,
por olor puro de tu aliento,
por sudor sagrado
de tu sangre, vulpeja.

Que la necesidad tiene cara de hereje.
Que huirás de mí, que no querrás aullido
entre los pobres, alarido en soledad
de madriguera, ¡pues, pobre de tí
y tu oropel y tus tesoros de recompensa
en numerata pecunia!
vanas cosas son
si un salvaje te descubre,
que no sea yo,
que voy a preguntarte si me quieres,
que voy a subirme a tus muslos
y tus nalgas hasta que pierdas
el cobre y te delates
salvaje o malnacida
del estero
y el pantano.

13-04-1975

*

Kaddish / In Memoriam

(Para repetir durante los Siete Días del Shivah)
A Víctor López (1919-1995)


Aquí estás aparentemente muerto, padre mío,
y yo que te amé, separado de tí,
también estoy tendido desde el alma
y recito mi trozo de alabanza
por tu honorable vida y tus ojos ciegos.

¡No es fácil escribir sobre hombres tan llenos
de silencio, tragados por las madreperlas,
sin la predecible sensiblería de los truhanes!
¡Fuíste tan fuerte, haz por haz,
conspirador velado en las costumbres,
pero tierno como los niños lujuriosos
y traviesos, tus alumnos sedientos de secretos!

¿Cómo fue tu vida de soldado?
¿Cuántas mujeres
tuvo tu uniforme de huesos grises,
tu guapura y tu estampa,
tu donaire de poeta caribeño?

Recuerdo tus muchos libros,
tus medallas, tus diplomas de hombre brillante,
tus monedas, tus piezas de recuerdos,
tus viajes a países extraños
y tus múltiples gabardinas y cobatas y trajes
y tus vivas a la independencia y al albizuísmo,
al Fidel de los '60s, a la ciencia soviética,
a la España democrática, sin Franco...

¿Cómo fue que llegaste a los campos,
a la jaragua,
para robar la Luna en Mirabales
y cazar liebres con los Luiggi,
o despasearte por la Loma de Elizalde,
cómo descubríste el Charco del Peñón
y el Salto de Collazo?

Amaste la aviación, piloto de fantasías,
y a los héroes de la Sierra Maestra
y amaste a diez piedras de tu sangre
y a tus nietas y tu casa
y tu Yuya, nueva Eva.

Al final, amaste la fe con ojos ciegos
y la tristeza de perder la mitad más querida
de tu cuerpo para ganar la mitad
más gloriosa de tu alma...

¡Qué irónica plenitud el amor tiene!
Hasta los poderosos como Nimrod
caen quebrantados y se los traga Seol
para llenarlos de vida.

2.

Lev yodea marat nefsho


Aquí recuerdo tu corazón
cuando aceito esta piedra con espíritu
y la guardo en la morada clara, sin espiguillos,
para que no se hurte tu cuerpo por salteadores.
Consagro para tu tumba,
el limpio tabernáculo
para que el sol en directo queme
el plexo de tu pecho.

Ya que el corazón es nuestra roca,
que sea tu propia piedra
la que consuele tus angustias.
Sobre tu cabecera la puse
porque ya estás muerto
y se te llama a secarte
como la vid en la inopia.

¡Ya para nada sirve tu esqueleto
ni en nuestra memoria viva!
De otro modo, colocaría esta piedra
sobre tus pies, con orden
... patead, dad coces.

Pero el corazón sabe más
que el calcañar y las rodillas
y ahora vives para volar
en las sospechas de lo inefable
como el piloto, el guerrero, el navegante
en otra barca de la vida...
Creed en aras de conocer,
no esperéis la verificación a priori,
crede quiad absurdum,
crede, ut intelleges, viejo ateo.

Ahora que penetras en la realidad de la muerte,
yo aceito la piedra de tu cabecera
y te encarezco que despiertes
en la pulpa cuántica,
con ondas de contínuo movimiento
ante el gran Testigo de la Constancia de la Luz.

27-04-1995

*

Para hallarte

También aprendí a oirte.
Como onda me trasciendo en el aire.
Presto mi ser a la palabra
que se esconde.
Sin existencia no hay ser
y quiero serte.

Si sobra ente,
por mismidad me voy de la mejana,
con el mal de tierra
y la nostalgia que se angustia
y busco tus ecos.
Lamo en tí el musgo.

Hombre extendido
en tu acaecer, descubro y domino
el temple que el mundo te infunde,
tu arrojo de veloz objeto
del movimiento surgido como bala.

Si lejos del blanco te dispersas
que mi ser sea tu ser-acompañante
e iré contigo, insistiré en buscarte.

11-09-1981

*

A mi padre


Toma muchos años para que seas visible
No se adivina tan fácilmente
que eres centro mismo y horizonte
donde mi vista circula, te busca
inocentemente inútil y, sin tuteo,
se pierde, Lindo Tito.

Hay cierta hosquedad cuando estás cercano,
pero alegría permanente también
por tu ronda solícita si alcanzo, empero,
tu distancia sabia.

Dialogas con trámite de esposo y de padre.

Por eso no concibo nuestra casa, sin tí,
usted que es incomprensiblemente cotidiano,
aunque no esté presente ni se agote con mimos.

Cuando cada sorpresa se concreta
y cada promesa se cumple, te veo
y sé que has aportado el vigor que la origina.
Te hicíste amado, imprescindible,
aunque no lo supe con todos los detalles.
Escondíste el desvelo que lo explica.
Cuesta tener la llama viva
y la lealtad triunfante
y la frente sudosa de trabajo.

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