Tuesday, July 16, 2013



LAS JUDERIAS


INDICE

1. Algo así como un tonto
2. Un documento proscrito
3. El tefillin: Alguna vez él tuvo fe...
4. «Tengo planes para tí»
5. «¿De qué rayos o rayas me hablas, padre?»
6. Abram, el racionalizador, y Sara, la alborotosa
7. El fantasma del abuelo
8. Tres aventureros
9. Rosa Belén, rosa de tres amantes
10. La Sueca y tambores de guerra
11.Visitas indeseables
12. Mi padre en la guerra
13. La familia al pendiente
14. De los recuerdos de Ceiba Mocha
15. Regreso a la cosecha y el reposo
16. Los grandes reaccionarios
17. ¡Qué camarada ni qué ocho cuartos!
18. El Moisés cornudo y sin timbales
19. Mi abuelo, según El Cotorro
20. Llegada de Abram a La Habana
21. Ni a Gobierno ni extranjero vendería la tierra
22. Presentaciones de rigor
23. Sara de Riga, Abejita y La Bodega
24. El Tío Tonto que se hizo rico
25. Antonio y Rachel
26. La sabia Becerra
27. Pintura, política y sentido común
28. La moral descuartizada
29. Don Andrés vuelve a La Bodega
30. Peor que un matrimonio mal lleva'o
31. Sepelio, boda, celos y etiquetas
32. «¿Vienes o no conmigo?»
33. Cómo se maneja la envidia
34. Abram vino. La ida por la vuelta
35. «Como una espía rusa»
36. Andrés, Sara y el Trenecito
37. El Cotorro, el relator de chismes
38. Confidencias de El Cotorro
39. El homenaje a Moritz
40. ¿Quién es el faraón?
41. Yo, el primer hijo en La Bodega
42. Cómo crecer bajo la Mano Protectora
43. Festejos en la Casa de Doña Malká
44. Don Andrés y Malká en Ceiba Mocha
45. «Que se levante la Vara de Isaí»
46. Matanzas de armenios y DHIMMIS
47. Por qué abandonó al Chivato
48. El secuestro, el aprendizaje y el regreso
49. Recuerdos de Ramey Air Force Base
50. Visiones con Aquel Vigía
51. La dura reconciliación
52. «Quiero música»: festejar al niño
53. La rueda gira y Mamá sueña
54. Brevedad de la euforia constructiva
55. Bartolo tiene una flauta
56. Del espionaje
57. Niños Pedro Pan y guerra sicológica
58. «Te doy mi berajá»
59. La parte de César
60. «Tu misión: Estar con tu marido»
61. Cáscara amarga, corazón dulce
62. La Revolución y el estado de emergencia
63. 'La que silba por la casa'.
64. ¿Te gustaría ser un Pedro-Pan?
65. Para hacerse el sueco
66. La Tremenda Corte y Pumarejo
67. Parece Esaú, no Jacob
68. Como un último homenaje
69. ¡Nos vamos con el espíritu del Ché!
70. El Proyecto Camarioca
71. Hostigamiento a Tío Andrés
72. ¡Olé por Sevilla!
73. Experiencias de socialización
74. Parentelas, suerte y exilio
75. El usurpador y el contrabandista
76. Don Joaquín: «Me llamo igual que su padre»
77. La mudanza
78. El segundo visitante
79. Tengo perro y alcoba
80. Enseñanzas con El Trece de Mem
81. Los primos se exprimen
82. Cómo percibe el poeta
83. Como un Abuelo postizo o el Extranjero egregio
84. Las mingas, la Minga y la santería
85. De la mala pedagogía y los dictadores



DEDICATORIA

a Andrés Abram Lecsinka, Sara de Riga D.
y a Abram L. Matías, hijo de Benavito
... a todos los que anhelan, por fe o por imaginación creadora, la Ciudad Deseada, Sión espiritual, comunidad tal en que los hombres y mujeres sepan enterrar en olvido eterno sus rivalidades, sufrimientos y fracasos, a fin de construir sobre el viejo Adam a su persona interior, al hombre nuevo. En el nivel más general de este proyecto, mi gratitud se extiende a 15,000 judíos que en la década del '50, forjaban con sus vidas en Cuba tal tarea creadora, haciéndola la isla de su esperanza.
... Aún el judío converso, Luis de Torres, el primero que pisó suelo cubano, fue adelantado en el propósito... Políglota e intérprete de Cristóbal Colón en su empeño de hallar las Indias. De Torres se estableció en Cuba...
... a las familias judías habaneras que, en 1914, fundaron la primera sinagoga en La Habana Vieja, entre las Calles Inquisidor y Luz, con el nombre de Chevet Achaim y a las primeras familias judías de Santiago de Cuba que, con el nombre de Sociedad Unión Israelita de Oriente de Cuba organizaron en octubre de 1924 la primera comunidad judía en Santiago de Cuba, cumpliéndose el sueño del madrijin Dr. Moritz Abram Matías, quien falleciera en 1910, sin haber visto materializado este sueño... a sus rabinos Isaac Chiprut Confi y Víctor Farin Serfati que, desde 1924 a 1967, mantuvieron en alto la Vara de Isaí...
... a los que construyeron, en 1957, el Templo Beth Shalom, en La Habana, a pesar de la dispersión, que arrancara el retoño de la Vara del suelo cubano, volcándolas sobre Miami e Israel. Desde 1948 al presente, 661 judíos cubanos han emigrado a Israel... a los poco más de 1,500 que persisten -todavía en Cuba- forjándola como «isla de la esperanza»... 
Am Ysrael B' Cuba Chai / Viva el pueblo israelita de Cuba

C.A.L.D., el autor

*


1. Algo así como un tonto 

El abuelo Benavito (Simón Abram) dio el triste título de «klotz» a su hijo. Desde niño, Andrés tuvo historia de 'klotz, zaham' y, aunque tuve una vaga idea sobre lo que con el término se significara, entendí que Andrés se hacía dignamente el desentendido. No se tomaba en serio la opinión ajena, ni aún la que viniera del Abuelo. Supo no mostrarse dolido, así decía que se podrá reír en sus caras cuando venga el tiempo de hacerlo.

Una vez (una de esas veces en que conversaron, si decirse cosas lacónicamente implicara un conversar), Abram, mi padre, condenó a Andrés, el Tío Tonto: «Que andas en fachas, como si fueses un pobrete y no como quien ha nacido de nuestra clase».

Mi tío guardó silencio porque («¿a ti que te importa? si no vivo del dinero de mi padre, yo doblo el lomo»). Comprendió que a Abram le entretiene el mito de las clases sociales, en tanto él no hace distinciones de personas, pues, «pecado es».

«Klotz, entre los 'raznochintsy', eso es lo que soy». Quiso sugerir algo así, ¿a quién le importa si soy a esta altura desclasado, o si como y si bebo?

«A ti te va bien, ¿o no?», le preguntó Abram, dispuesto a sacar unos pesos y ayudar a su hermano, pero... Novás Calvo le dijo: «Este, desde muchahcho, tuvo la costumbre de aquellos sefarditas medievales... humildes en apariencia. Mi socio guarda y deposita para su vejez lo que ha ganado en afanes y viajes. Ha de tener en bancos suizos su fortuna». Andrés oye que ríe a mandíbula batiente.

«Hablo en serio».

Novás Calvo insistió: «Joder, que tiene más que tú».

Imagino que es, por temor a que moriría tan pobre y desheredado como Paquira... y, aún creyó, antes que se le diera un pedazo de la hacienda en Ceiba Mocha, Benavito no dejaría para él ni dos peniques... y no fue así. Ya ves. No fue así. Sorpresas te da la vida».

Del patrimonio de Antonio, dudo que Andrés lo beneficiara, porque hizo migas con Rachel Abram y los Lecsinka. «De modo que, sin nadie que lo imagine, puede que sea más rico que tú». Desde ese instante, Novás Calvo se le hizo odioso para Abram, mi padre.

No supe preguntar a Tío Andrés: «¿De qué te acusan? ¿Qué haces tan mal para la burla?» Temí que me redujeran a lo mismo. Fui apegado a él.

Esta gente acusadora logró (como éxitos humanos y materiales) más que que él. Se envanecieron. Por de pronto, que sea Andrés el Tonto... Y Abuelo, por lo menos, vivió tiempos duros. Soy el menos idóneo para imaginarlo.

Puede que sea porque mis definiciones sobre la historia y la historiografía son inadecuadas y pobres. Ahora bien, cuando más cerca he estado de verme como ese payaso estúpido del que hablaran los amargados y resentidos de mi parentela paterna (hasta contra ellos mismos) fue por causa de algo que escribió mi padre, echando maldiciones:

* «Maldita sea la hora en que la conocí»... [y fue cuando aprendí a ser rezongón, por preguntar a quién maldijo] ¿Al judaísmo mo o a mi madre?

* «Que la devoren los perros como a Jezabe»l. [Sí, sí, ¿pero a quién?]

* «Maldita sea la redención y haz lo que te plazca».

* «Oye, gusano de Jacob, trafalmejo que estoy en las sínsogras del Seol».

* «Al carajo con los judíos comuñangas, caterva de cogiocas...»

* «Has comenzado a comer cabalongas, gusano de Jacob».

Se necesitan muchos años para expiarnos en los entresijos de la historia concreta y, muchos más, para morder el silencio de Dios. Este año, con tales maldiciones, marcó el ateísmo de mi padre Abram. Este fue momento de deslindamiento y entre él y yo.

«¿A quién conociste que la maldices?»

Siempre supuse que fue a mi madre. Tu esposa. Y, por igual, muchos años urgí como ella para perdonar y querer al padre que tuve, sin odiarlo como lo hice por momentos. Él me dio materialmente todo lo que pudo y se espera. Bendecir con la palabra es un aprendizaje que se agradece y escarbar por qué no se bendice, por igual. He tratado de lograrlo, de adquirir ese conocimiento que me faltó y me marcó tan feamente.

Cuando dentro del cajoncito del poste tan sagrado que me enseñaron a besar como a los mezuzot, hallé escrita en su letra tan inconfundible, mensajes como los citados, me sentí el klotz ... yo, irremisiblemente, lloré. Pensé que se habían cerrado para siempre las puertas de comunicación, que sería el comienzo de mi tarea de transmutar mi admiración por antipatía y decepción. Estoy decepcionado de mi padre, hijo del santo Simonico ben Abram.

Me lastimó con sus maldiciones y él lo sabía. Para mí, la maldición suya contra mi madre (creyéndolo hombre justo, profeta al que yo me confiaría), me hería como puñalada y, cuando supe, que ni siquiera vaticinó en mí al gusano del abraxa, sino al perico de los palotes, al chango candongo, al trafalmejo, me sentí infecto como si comiera zeraim de basurales y cabalongas, junto con los puercos.

¡Padre, padre, por qué me abandonas!

Benditos aquellos quienes la Historia la aprendieron, sufriéndola, la vivieron en guerra y turbación continua, pero terminaron como vencedores. Pobre de aquellos cuyas heridas son del alma, espíritus apagados, aunque no sean los tullidos, por heroicos y belicosos, que medran sin desgarraduras. Andrés fue andariego, viajero en medio de la guerra. Parece que infiltró muchos frentes de combate, sin fusil. Rara resistencia para que se le juzgue entre los perdedores y, al final de cuentas, no tuvo condecoraciones que mostrar.

«Me podrán decir tonto, pero no cobarde», eso es una de las cosas que la familia admite con él. Es valiente sin echar tiros, tiene siete vidas de gato.

A veces pienso que le piden demasiado a un judío simple, bueno, no tan sofisticado como esos europeístas, casados con rusas y holandesas. Andrés es nuestro solterito sefardí. Dice que los alemanes le caen en los cojones y se los parten; mejor no dar con ellos. No, él prefiere pasar por cobarde, aunque no sienta miedo, por bruto, aunque sea sabio y no pisar esas sinagogas, donde hay demasiado eslavismo sionista. Y galas leopoldinas.

En 1965, Andrés se quiso ir a España cuando supo que el Generalísimo Francisco Franco se reuniría con representantes de comunidades judías. Tenía mucha fe en ese proceso legitimizador de las comunidades. Sería como un nuevo Israel ibérico-sefardí. Fue su última idiotez, creer que se puede reconciliarse con el fascismo, pero quería esa ilusión, verse en la tierra «en que vivimos desde la Edad Media, por lo menos».

Sara adoraba una casa que el tiempo truncara en Sevilla y Abram utilizó como refugio cuando tuvo que dejarlo todo en Cuba por exilarse voluntariamente y presumir el odio por Fidel Castro, que nunca lo molestara, y contra el colonialismo ruso-marxista triunfante... Ah, como se hartaba, tal comemierda, padre de quien les hace este cuento, cuando el problema es no amar suficientemente una Cuba Revolucionaria para todos. Y, sin embargo, como Benavito, su hijo Abram quería estar cerca de lo que llamaba la Fe.

Y le a su hijo el Tonto que eso de irse de una dictadura marxista, como la que Fidel Castro iniciara en Cuba, hacia una dictadura de fachos, son cosas de klotz. Similares. No es cambiar las cosas de raíz.

Bobada inútil. España, como país, no merece que la semilla fértil que el judío representó vuelva a nacer en su suelo. Como a pueblo, los viejocristianos escupieron en 1492 el rostro del judío y sus conversos mentirosos al expulsarlos.

En 1966, se reconoció que un primer niño judío nació ese año en España desde aquella expulsión de 1492. Al tontico de Andrés le habría gustado que fuese yo.

*

2. Un documento proscrito

Mi padre, que no escribió sobre sí mismo y se alimentó con la angustia, me ha prohibido que escriba sobre la familia y es la razón, por la que este documento ha sido redactado tantas veces como destruido y, por más que lo ocultara, él lo hallaba. Y no sé si lo pueda terminar, o reescribir de nuevo, por cuanto me dijo que, si lo hallara, lo vuelve a quemar.

Él lo busca. Lo rastrea. No puedo yo tener nada tan privado que él, irrespetuosamente, no persiga como inquisidor. El odia la memoria de su judaísmo y de las conversiones. Se hizo un ateo sin raíces.

Está viviendo en linderos de sus propios tabúes y este documento es el tabú que me ha prohibido. Como a él le da vergüenza que haya klotz en la familia, por respeto a él, yo no puedo ser uno. En cierto modo, ésta es una enseñanza de mi padre, tal como yo la padezco. La enseñanza de la historia desenmascaradora y el miedo. Esforzarse en pensar, en posar de que reflexiono, es un 'dictum'. Debo seguir alguna norma discursiva que me justifique. Es un reto si anhelo que yo valga algo ante sus ojos.

Mi madre es distinta. Como una abejita me dice: «Ama y aprende, no te preocupes de la bobada de si eres o no exitoso axiomista, o si sales matasanos o mulero. Ser feliz es lo que importa en la vida».

¿Para qué sirve este acopio, arrasante e indeteniblemente futurístico de civilización, si lo interpretamos desde la desilusión cultural del pasado y el aspecto perspectivo de lo amenazador? Lo desafié y le dije: «Voy a forjar el retrato de la familia y lo que me digas lo pondré... y, siendo que eres la persona a quien mejor conozco, después de mi madre, sincérate. No me persigas ni persigas a los tuyos. Lo peor pasó y estamos vivos... «mira, si Fidel Castro no te gusta, vete a España, o sigue tu labor con los yanquis... Andrés el Tonto, tu hermano, dice que tiene fe en Franco y se vuelva a comer las uvas que Espanya despreció. Estas uvas amargas del judío y las comunidades que una vez forjaron la Sefarad... Te haré justicia cuando tú no te la hagas y te citaré, tal como recuerdo que hablaste, hayas tenido o no la razón. Esta es la oportunidad de que me mires de frente».

Siempre he escrito con miedo de perderme por esta encrucijada agónica porque él no cree en la historia, sino en sus omisiones. Todo es feliz y éxito, si te alías con el bando que vence. Mas no puede ser feliz el hombre que yo conozco.

«Eres más infeliz que Andrés y eso mienta fracasos. Dime tus fracasos y te diré quién eres».

Sé que lo espiritual no se completa jamás, a menos que uno duerma a la carne y se salga por el ombligo y decida ser un animal sin los ojos abiertos. Este riesgo lo tengo atravesado; yo quiero rastrear la animalidad que me toca. Hacerlo antes de morir. ¿Se podrá, de veras, predecir algunas cosas? y hablar de ti, Abram, quien se cambia el nombre, pero es Abram sin vítores, a secas, aunque no le guste.

Ahora que recuerdo a Abram, el Hijo del Sueco, su imagen es la de un hombre afligido y contradictorio. Sin vuelta de hoja, pese a las grandes diferencias entre ambos, él me fraguó como hijo de su tristeza, que es la condena de la historia, o la tentación que es por ella, seguidas las definiciones con que pretendió que me instruyera. Lo recuerdo como si soñara con él. Él murió ya.

Lo veo. Está lijando unas maderas con la que fabricará el primer tefilím, para mi casillero, que colocará en la pared, al lado de la puerta del balcón esquinado, con salida a la calle Neptuno, que colinda con mi habitación.

*

3. El tefilín: Alguna vez él tuvo fe 

«Elohay, neshamá shenatáta bi teorá»: Elohai Neshamá
Oh, mi Dios, el alma que me diste es pura: Plegaria   

Vivimos en La Habana vieja. La casa es enorme, de tres niveles, paredes anchas y fachada colonial. A mi casa, entonces , la bautizaron como La Bodega de los Suecos. Este recuerdo, sacado de lo profundo, trata de revelar que alguna vez Abram, «el que se hace el sueco», el Abram decorado de ateísmo, tuvo fe. Y hasta cree en el huesito de Luz y el rocí de la Resurrección. Mi padre, quien conoce el secreto del cráneo y cada hueso, sus debidas neuronas y conexiones y sustancias, discute sobre una porción del Bereshit, huesito extraño capaz de reconstruir el cuerpo entero y porciones del alma, sólo que habrá que ir a Tierra Santa.

A veces ubica el lugar supuesto del huesito («Luz») en la cóccix, en la base espinal, otras en el dorso del cráneo, donde se anuda. Siempre que me conversa sobre la fe, sale a relucir el hueso y la cajita sacra, que puedo lleva a la frente como símbolo del hueso Luz y a la mano, o el bícep, donde se atan, con siete vueltas, las correas de cuero del tefillin y seis veces alrededor de los dedos.

Pero, obviamente, él no espera que yo ande por las calles con una casillero de tefillin en la cabeza, o en mi entrecejo, o me lo cuelgue con dos correas que me alcanzarán los hombros. «Tú, sólo grábalas en tu corazón, y ténlas en tus sagrados portales».

«¿Y eso de tener fe / emunah, qué es?», pregunté.

«Que aunque no haya Dios, lo vas a creer, a inventar y adorar, sin preguntar si es justa la absurdez. Aquí en la tierra nada es justo. Techiyat HaMaitim vendrá en su momento a completar un mundo, que se supone que no sea como esta mierda que vivimos, o que es». Se colaba en la jerga de estudiante en los EE.UU. , para referir un mundo idílico, Olam HaBa, « the world as it was supposed to be.»

Con el tiempo, por comprender, supe que tenía más de Unamuno que de Kierkegaard. Y a la Era del Mashiach, mi padre la describía como el final de tal expectativa del creer, Yemot HaMashiach. «En la oportuna era cumplida de la fe es cuando ocurrirá el Techiyat HaMaitim y veremos que la Fe, después de todo sirvió para algo. Tú, hijo, cree en la Fe, no tienes que dejarte trenzas ni vestirte de negro; sólo esperar y creer, pacientemente, en las cosas deben reflejar algo mejor a la realidad presente. Lo que hoy es un mundo de mierda, Olam Hazeh».

Mi padre me hizo un tefillin para que viva mi hueso de Luz, tefillin «shel Rosh» y lo ubique. «Si lo ubicas, ya eso es fe». Tal vez vea yo que es tan real, «lo sentrás, hijo, maravillosasmente». Mamá sonrió al oírlo. Es que el ateo soltaba plegarias: Explicar una visión restauradora del mundo, «porque el que tenemos está trunco y las vasijas rotas. Se ha desfiltrado la luz y dios se va y se pierde, sólo queda un Nombre».

Atá bratá, atá yetzartá, ata nefajtá bi, veatá meshamrá bekirbi, veatá atid, litlá miméni, ulehajazirá bi leatid labó. Kol zman shehanshamá bekirbi, modé (1) aní lefaneja, Adonay, elohai velohei avotai, sheatá hu ribón kol hama-ásim, adón kol haneshamót, moshél bejól habiryót, jai vekayám laád. Baruj atá, Adonáy, hamajazir neshamot lifgarim metim.

Tú la creaste, Tú la formaste, Tú la insuflaste dentro de mí, y Tú la cuidas dentro de mí, y Tú me la quitarás y me la devolverás en el futuro. Mientras el alma esté dentro de mí, yo te agradezco, Oh Señor, mi Dios y Dios de mis padres, Señor de toda la creación, Dueño de todas las almas, Bendito seas, Oh Dios, que restituyes las almas a los cuerpos muertos.

El tefillin no será visible, desde la calle, porque está en la segunda planta, protegido por la curva del pasamano de la escalera interior o techada... Nadie puede verlo, sino el que entra a La Bodega por la puerta que nos corresponde y quien, en los pasillos de mi piso, se detiene a saber qué es tal tefillin.

« ¡Qué importa!» Él lija la madera con bejucos de carey y me instruye que cuide el tefillin como si fuera mi propio corazón, o mis pupilas. Que sea celoso con los trozos de Shemà que pondrá dentro él. Insiste en que, para mí, exclusivamente, él lo fabrica. En este cajoncito, él representa el gran mandamiento de Deuteronomio 6:5, palabras que claman oye, Israel a lo que parece el Infinito Silencio y el traspaso visible de su comunión, como frontales entre tus ojos y cuanto yo lea los mensajes del tefillim, con la fidelidad que él espera, veré que en éste se contendrá la herencia que, de sus consejos y palabras, se supone que guardaré:

... y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas...

Para él, el Adversario, fuente de todos los males, padre de las desgracias, será por siempre la turbulencia del ser-en-el-mundo sin admitir la separación. «Tén fe. Espera El quiso que una plétora de historia, dicha por hombres con pre-definiciones, en la que soy espantajo y guajana al viento, me sirviera de guía y que yo la bebiera como mi sopa de lentejas. Lo confieso. Esta es la sopa que no he tragado por mi gusto.

Este es el por qué escribo esta memoria, cuando ya no me queda ni padre ni madre que prohíban mis palabras.


4. «Tengo planes para tí» 

Mi padre fue un silencioso empedernido. Tenía sus tesoros de ternura y gracia escondidos, alma adentro, bajo la piel, aunque su aspecto fue de roca. Le tapiaron la lengua y del alma le dejaron sólo sus ojos fuera.

¡Sí, parece que él no tuvo su tefillin de alegría como frontales entre sus ojos y el mundo! No obstante, fue eminentemente atractivo, elocuente e inteligente. A duras penas, por hostil conmigo y lo fue según crecí y me le opuse, al evolucionar hacia la rebeldía adolescente, yo a ratos lo admiraba.

Hoy mi padre está contento. Tal vez porque yo cumplo cinco años. Cierta señora que él llama, seguramente con ironía, Becerra vendrá a la casa a enseñarme a leer y a escribir. Su esposo, cuando venga, me enseñará a leer el alfabeto hebreo; y noción discursiva / nusaj / en torno a algunas oraciones, las primeras que debo aprender para que cuando cumpla mis trece de edad, se me presente en la sinagoga de La Habana, se me apruebe en Bar Mitzba y se me ofrezcan estudios del Talmud.

Mas, sin meditar mucho, visualiza que seré médico. Su plan para mí es que lo sea, «pero hay tiempo, paso a pasito» y cree que me voy a inspirar, crecer en entusiasmo, cuando lea la obra médica «Gérem hama alot» ('Sustancia de los méritos') de Yehosua ha-Lorqí que Vidal Yosef ben Labí tradujo del hebreo al latín antes de su muerte en 1456.

Desde ya, a la tutora se le dijo que es grande mi conocimiento sobre el esqueleto humano. No tendré problemas con la biología porque nací para heredar la biblioteca particular (él es médico, con cierta reputación y exclusiva clientela en La Habana). El nos dará la privacidad y comodidad que necesitamos. Y Becerra tendrá que habituarse a la visión de la calavera. Está colocada al lado de su escritorio sobre un taburete. La Huesuda parece una marioneta, porque un cordel atado al cráneo y conectado al techo la sostiene en pie.

Hace dos años, yo perdí el miedo a verla porque él, sentándome en sus rodillas, me enseñó que es el juguete más interesante para los sabios. Y para 'der Arzt', el que ha de ser médico.

« ¿Y ella tendrá miedo si la ve?», pregunté. Levanté una patica al esqueleto que roza al taburete.

«No creo; pero tú indícale que sabes el nombre de cada hueso».

« ¿Sí?», asentí.

El tefillin fue el único regalo que me dio, el primero de septiembre de 1955. No festejamos con otra ceremonia. Con los años, comprendí que su primogénito, murió en fecha previa a mi nacimiento, es decir, el mismo día y mes, años antes. Y nunca habló de él... Tuvo esto como señal, yo no sé de qué... Por esta razón, nunca se hizo fiesta en los días en que yo la esperaba y su tristeza impregnaría cada rememoración durante mi onomástico.

Entonces, sospeché que su apacible contento no se debía al plan de celebrar mi cumpleaños únicamente, sino a otras llamadas que recibía. Un telefonazo lo interrumpió en su tarea artesanal y él, al responder, se contactó con alguien que no sé quién pudo ser. Platicó en alemán por largo rato.

Ese año, el Tratado de Viena restauró la independencia de Austria y tal asunto le interesaría más que lo yo podría imaginar, a la edad que tenía.

Con el tiempo, él halló las alegorías necesarias para decirme el por qué. Por lo menos, él querría comunicarme, al yo alcanzar la edad apropiada: que debo aprender a cruzar la raya hacia el bando de la honra y revertir el orden de la dialéctica.


No comments: