CECILIO,
EL DESOBEDIENTE
«La
escuela del heroísmo conminará eternamente a la escuela de la fuerza y la
aplastará... Juremos que cuando llegue el momento sabremos morir como héroes,
porque el heroísmo es la única salvación que tienen tanto los individuos como
las naciones»: Pedro Albizu Campos, 25 de octubre de 1935.
1.
Cuando
en Pepino vieron reaparecer a Marcianita, la hija de Cecilio fue en 1936. El murió y vino a verlo antes
que se lo comieran, bajo la tierra, los gusanos. Siendo que es el padre de
ella, el primero nacido en Cidral, ha de ser uno de esos vástagos de la Real
Célula de Gracias, Echeandías-Mendoza y Vélez.
Cuentan
que de los primeros en llegar, por 1823, estuvo uno de los hijos de Juan
Bautista e Isabel Mendoza. Cecilio Dámaso se hizo querido porque conoció el
campo. De Cidral a Bahomamey. Del él se dijo que fue el hijo de Juan Bautista
que no se quiso ir a Camuy. A él le gustó Pepino y alrededor del campo de los
bahomameyes
se inventó una fe, con belleza
como la que Doña Eulalia y su hija Dolores mencionaran, fe en avispas bravas,
en colonias sociales, donde la mujer es la reina.
Cecilio
Dámaso se casó con Maria Marciana Rosalía Font-Feliú, gente de cepa rica y
emprendedora. El, como Agustín, empezaron de abajo, arrendaron fincas y fueron
labradores. Como los primeros Echeandía, eran venezolanos y bolivarianos, como
los Arteaga López.
Agustín
se casó con una de las Arteagas aristocráticas, pero, en los años del Alcalde
José Bartolomé de Medina, al decir de Lola, la Boquirrota, «cagaban con el culo
cerrado», porque eran las hijas de María Isabel López y de Ramón de Arteaga
Pumar. María Luisa era nieta de una marquesa.
Cecilio
Dámaso siempre defendió a las primeras cepas de Echeandía, tanto a los de
Pepino como a los de Camuy. Les llamaba 'revolucionarios'. Fuesen caraqueños o
de su original Güigue (Carabobo, Venezuela), se sentían herederos de la
tradición del Pronunciamiento del Comandante de Riego y, cuando hallaron a su
paso, por Puerto Rico, venezolanos como Manuel Rojas, los abrazaban como
hermanos y hablaban sobre las luchas de Bolívar.
Los
hermanos Rojas eran venezolanos, caraqueños, y conocieron a la más valiente de
las Abejas de Añasco, que fue Mariana Bracetti. Ella les preguntaba: «¿A qué
clase de acumulos aspiran? ... porque hay un triunfo que lograr? ... y yo
conozco al profeta que lo define y predice». Y uno había que lo enseñara en
Puerto Rico. Era el Dr. Betances, masón de Cabo Rojo; él les hablaba de cierto
Triunfo y para hablar sobre ese triunfo, Miguel Rojas se traía la muchacha,
siempre peinada con dos trenzas. Cruzaba el campo desde Añasco a Lares y ella
terminó casándose con él. Y aprendieron juntos a laborar en el negocio del
café. A menudo, reuniéndose con los esclavos, aleccionándolos con Los Diez Mandamientos de los Hombres Libres.
Los del Cristo mulato: Betances. Decía que era el Negro Briceño de Bolívar,
pero, jugándoselas por Cabo Rojo y Lares.
Cecilio
Dámaso no tuvo la suerte de conocer una Abeja Brava. Ni tuvo en su casa una
mujer que bordara la bandera solidaria; él se codeaba con el poder colonial,
aunque de joven, menos. Era estudioso, introvertido, amante de los árboles y el
estarse solo; pero él les dijo, calladamente, a esos venezolanos de criterios
subversivos, creo en ustedes. «Algo me dice que crea». Trataron de alentarlo,
de vincularlo a la Misión del Porvenir, para que él visitara los panales y él
se negaba, porque ya estaba casado y su mujer tenía miedo de esas cosas de lo
subversivo. Ella no tuvo sus brazos de oro, ni sabía hilar con La Fe de la Bracetti, o los Brugman, o
Betances. Era mujer de calmas, recelos y con la sola palabra secreto temblaba.
Significaría
problemas o cosas del Diablo. Sin embargo, porque su padre era «hombre de La
Fe», Marcianita Echeandía lo quiso. No salió como su madre, muy influenciable y
maltratante. Eso solía decir él de todos los Font que le dio ella, excepto de
Marcianita, su hija. Le agradeció el nombre que le puso. «Marcianita, para que halagara a su madre» por alguna cosa, pero él
habría querido que se llamara Mariana, pensaba en la añasqueña que lo
concitaba, con Miguel Rojas, a hacerse revolucionario. «Hay una buena raíz de los Font, pero son los del Barrio Hato Arriba»,
le decía Bracetti.
Cecilio
Dámaso le contaba a Marcianita que no todos los Báez, aliados a Font, hicieron
a su familia, sombra de maltratadores. Los que son malos son esos Feliú.
También sucede que los Font tienden a ser estudiosos, calculadores,
acumuladores. Sueñan mucho en las cosas materiales. No saben con quiénes se
juntan, cuando de negocios se trata y quieren el poder más que cualquier cosa,
a veces sin escrúpulos. El examina eso al observar a sus hijos. Dice que
Getulio es un puerco. Son hijos enconados, rencorosos, así como fue Cheo
Font-Feliú. Y él se desesperaba con muchos de ellos. Los conoció, uno por uno,
y decía: «Algo hay aquí que no mezcla, algo con genética mala».
De
su fe anti-colonialista parecía que ninguno de sus hijos había sorbido ni lo mínimo.
Todos querían lo suyo, lo que es externo, nada de su alma. En 1878, el primero
que se acercó fue Pedro Antonio Echeandía Medina y, con él, Victor Martínez.
Querían la finca de Bahomamey, las externas dimensiones de la hacienda. El
secreto de «La Fe», no. Hasta los primos le desagradaban.
2.
Tantos
años y no poder decir a nadie en torno a este hecho. El ya supo el secreto de
secretos. Se lo dijo María Luisa Arteaga López, la mujer de Agustín, y él no lo
creía. Y los hermanos Rojas de Lares y la Bracetti, de Añasco, al
reencomendándolo, le decían: «Ese ideal no lo abandones». Es un mandato. Antes
que se abortara el Grito, su parentela
que entroncara con Don José Ignacio del Pumar, Marqués de las Riberas de Boconó
y Masparro, Visconde del Pumar y Caballero de la Real y Distinguida Orden de
Carlos II, se lo informaban a través de los Mendoza.
«Hay
un asunto pendiente: Fue el anhelo de Bolívar, del Dr. Guillermo Mendoza y de
la Coronela Dolores Dionisia Santos
Moreno, quien nos instó a que se lo recordaran innumerables veces y para
siempre a todos los Mendoza y Echeandía, Belazquide y Azpiazu, en nombre de las
mujeres trujillanas, pilares de la Sociedad
Secreta Comuna Hermanos y, ¿cómo es que el mismo Manuel Rojas lo supo, cómo
que él reculara después que hizo promesas de servir en lo que fuese? ¿Por qué
se hizo él tan escurridizo como gallo
juidor, si el mensaje se le dio el día que pisó Cidral: El Marqués murió
combatiendo contra el Rey».
Toda
su cuantiosa riqueza la ofrendó a la nueva Patria. A Venezuela no le negó sus
hijos, su fortuna y su vida. Así fue Don José Ignacio del Pumar, Marqués de las
Riberas de Boconó y Masparro, Visconde del Pumar y Caballero'... siempre
probaba sus fidelidades. Concurrió con su apoyo a la rebelión de los comuneros
del Socorro, siendo teniente de justicia mayor y alférez real y, por servir a
la libertad, fue encarcelado en Guanare... y, ahora ya es tarde para recordar.
Marcianita
ha llegado y él está muerto. Se enteró que ha muerto y vino de chiripaso.
Ninguna de sus hermanas quiso avisarle, como si tratara de que vino de paso, a
cobrar su parte de la herencia en irse. Ella sí lo amaba a él, por ser persona.
Desde
ese astral fantasmal, desde el que ahora mira, él sabe que ante su féretro están
sus hijos. Posan ya que, al fin, serán herederos; harán sus repartos. Ahí está
Getulio, capitán de la Guardia, Teresa, Sara, Antonio, Emilio Chilín el Malo...
y Marcianita, por supuesto. Desde la muerte, ya con manos cruzadas sobre el
pecho, observará que a ella la están atropellando. La desprecian... Es tan
distinta y única que pudo haberse parecido a María Regina Montilla del Pumar,
emparentada con José Ignacio del Pumar, el Marqués, y simpatizante de La Sociedad
Secreta de la «Comuna Hermanos», rival de las hordas españolas, desde las
caídas de la Primera y Segunda República.
Oye.
Le preguntan: «¿Qué vienes a buscar, Marciana? ¿Por qué no te quedaste en New
York, echándole vivas a Albizu Campos, a comunistas y mujeres modernas, putas y
colmillúas que piden que se extienda el voto hasta para quien no sabe leer?»
Se
burlan. Y la culpa es de Marciana Font, la madre blanda... «si hubiera sido
como aquella que yo conocí, después que quedé viudo, mas era blanda, pobre
mujer mía, mi viudita».
Se
lamió los bigotes hasta en forma de cadáver y eso que Cecilio ya estaba viejo
para esos romances tardíos con La Capitalina... ¿Recuerdas, Getulio? Te dije: hazla que venga, que sea puta no me importa,
yo sólo quiero que me haga recordar lo que hubiera sido ser valiente, como
libertador, subirse a un caballo de los que el Marqués José Ignacio regaló a
Bolívar, uno entre mil caballos, tener un segundo aire de vida... encomendaría
a todos, entonces, proteger una Doncella, la Libertad... y recordó
obsesivamente cómo hasta los Font fueron concitados a luchar contra el
coloniaje y la opresión del negro.
Entre
lo mejor de Hato Arriba, estuvo Manuel, Miguel, Ramón y Rodrigo Font Medina,
hacendados que liberaron a sus negros (a Juan, Santos, Cruz, Félix y Aureliano)
y a todos, esos antiguos Font-Medina, los educaron como revolucionarios, sea
por la influencia de Pancho Méndez Acevedo y sus hijos, o por Manuel Rojas y su
hermano, quienes les dijeron: «El verdadero triunfo es poner todo lo que
tenemos por una patria libre. Una empresa propia de hermanos». Entonces,
Marcianita habría sabido, por la boca de su padre, lo que cuentan los
venezolanos de la antigua provincia de Bariñas: Somos bolivaranos.
Ahora
que todos los secretos de María Luisa Arteaga están en la hacienda de Agustín y
la rama santanderina de los Mendoza se mudó a Pepino, YO, CECILIO DAMASO
ECHEANDIA VELEZ, ex-Juez de Pepino, gran propietario, cierro los ojos, por
causa de la muerte, y me declaro culpable de no levantar un dedo por la causa
de la libertad. Acaricié la idea, es cierto. Pero no hice nada. Tenía no toda,
pero algo de la dote del Márques, que pasó a mis manos. La usé para mi
beneficio. Soy como un ladrón. Quise educar bien a mis hijos. Les golpié con un
látigo para ponerles vergüenza... pero cotéjese los hijos que me dio la vida,
uno hasta asesino, delincuente... ¡Tanta riqueza que tuve y se me fue entre las
manos! Mucha tierra, tierra con esclavos... y ahora se están peleando todos por
un pedazo de la haciendita y las casas que me quedan. Han de querer sembrar más
cañaverales... No puedo evitar lo que venga ni hacer nada desde la muerte...
3.
«Déjame
compadecerte, Marcianita! Acércate y dame un beso, como el de las Hermanas de la Sociedad Secreta en
Trujillo... ¿Me recuerdas, con mi carácter duro, Marcianita? y tú más dura que
yo, obstinada... Eras como la Coronela, la Santos Moreno de Trujillo: verdadera
amazona, una guerrera que habitaría a las orillas del Termodonte, en Capadocia,
y admiraría la selva como el paraíso. De entre aquellas guerreras que se
amputaban el pecho derecho para que no les estorbara en el manejo del arco, una
has de ser tú. Una de aquellas que el cronista Francisco de Orellana, cuando
exploró en el gran Río de América, creyó encontrar en la selvas venezolanas y
del Brasil...
Sin
embargo, a El Pepino, cuando llegaron desde Bariñas estos Callejo-Pumar (los de
Micaela) y los Pumar-Callejo (los de Josefina), estos Arteaga-López (de
Fernando), ninguna intención tenían de recordar que en Sur América, como aquí
en la islita, cada mujer campesina debió ser amazona. Y él, o alguno, trajo la
fortuna, como ellas, sus heredades y vidas, que debían ponerlas al servicio de
la lucha y las células de Hermanos. Los rebeldes de Camuy y Lares han esperado
que esas familias respondan, no sólo él...
«Toda
la familia Echeandía-Mendoza», le dijeron.
«A
la patria no di nada, Marcianita».
Cierto
es: no he pedido dinero. No. Tampoco se me dijo que participe en las reyertas
cuando se han dado.
«¿Qué
me han pedido?», me pregunto. «Te veo, Marcianita, hija mía, y entristezco al
pensar que es tu vida».
...
Tal vez sólo fue eso. Que instruyera en los Diez
Mandamentos a los esclavos... El Marqués dio, por amor por la causa de
Simón Bolívar mucho más.
Dio
1000 caballos...
«Y
ustedes, nada, yo, nada, ninguno y muero triste, ni siquiera duré como
alcalde».
Los
liberales de Andrés y Manuel Méndez
Liciaga dicen que los Echeandía del Pepino no siempre se comportaron como
represores. Hubo quien nos lo sacara en cara. Debió ser alguien bravo: Avelino
Méndez fue uno. Uno de espuelas en Lares y, por igual, lo dijo en Pepino para
que tuviera validez y doliera, antes que él, Don Genero Eleuterio López, a quien
el Alcalde Chiesa Doria deportara a Vieques.
Alguien
que, desde 1842, por lo menos... que haya recibido informes de lo que el
Marqués del Pumar Callejo, muerto en 1814, encomendó que se hiciera como apoyo
a los Hermanos, la Causa criolla de El
Triunfo y de La Fe, algo con
dinero que Juan Bautista Echeandía trajo.
«Es que ya, en cárcel y declarado insurrecto
contra España, no habría tiempo para otra cosa que darlo todo a la Patria».
Desde
1784, mucho antes morir, testó: «que el
día que muera, o se me capture, a los míos comprometo, a que se vendan mis
haciendas y se liberen mis esclavos, y son poco más de 400 esclavos, las 58
leguas cuadradas de tierras en hatos, no se las pueden llevar al Caribe, como
una pieza en brazos; pero la cosecha anual de 4.000 novillos, véndanlas. Dejen
los 2 palacios míos como recuerdo; hay 65.000 pesos en efectivo, varias
haciendas, embarcaciones, prendas y muchos bienes; todos los caballos que sean
para Bolívar y quien luche en sus ejércitos, los que decidan acogerse a la Ley
de Gracias, vayan al Caribe, allá tengo amigos, algunos son socialistas
utópicos».
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