Saturday, September 21, 2013

CECILIO, EL DESOBEDIENTE / CUENTOS SEDICIOSOS Y BOLIVARIANOS

CECILIO, EL DESOBEDIENTE

 «La escuela del heroísmo conminará eternamente a la escuela de la fuerza y la aplastará... Juremos que cuando llegue el momento sabremos morir como héroes, porque el heroísmo es la única salvación que tienen tanto los individuos como las naciones»: Pedro Albizu Campos, 25 de octubre de 1935.

          1.

          Cuando en Pepino vieron reaparecer a Marcianita, la hija de Cecilio  fue en 1936. El murió y vino a verlo antes que se lo comieran, bajo la tierra, los gusanos. Siendo que es el padre de ella, el primero nacido en Cidral, ha de ser uno de esos vástagos de la Real Célula de Gracias, Echeandías-Mendoza y Vélez.
          Cuentan que de los primeros en llegar, por 1823, estuvo uno de los hijos de Juan Bautista e Isabel Mendoza. Cecilio Dámaso se hizo querido porque conoció el campo. De Cidral a Bahomamey. Del él se dijo que fue el hijo de Juan Bautista que no se quiso ir a Camuy. A él le gustó Pepino y alrededor del campo de los bahomameyes
se inventó una fe, con belleza como la que Doña Eulalia y su hija Dolores mencionaran, fe en avispas bravas, en colonias sociales, donde la mujer es la reina.
          Cecilio Dámaso se casó con Maria Marciana Rosalía Font-Feliú, gente de cepa rica y emprendedora. El, como Agustín, empezaron de abajo, arrendaron fincas y fueron labradores. Como los primeros Echeandía, eran venezolanos y bolivarianos, como los Arteaga López.
        Agustín se casó con una de las Arteagas aristocráticas, pero, en los años del Alcalde José Bartolomé de Medina, al decir de Lola, la Boquirrota, «cagaban con el culo cerrado», porque eran las hijas de María Isabel López y de Ramón de Arteaga Pumar. María Luisa era nieta de una marquesa.
          Cecilio Dámaso siempre defendió a las primeras cepas de Echeandía, tanto a los de Pepino como a los de Camuy. Les llamaba 'revolucionarios'. Fuesen caraqueños o de su original Güigue (Carabobo, Venezuela), se sentían herederos de la tradición del Pronunciamiento del Comandante de Riego y, cuando hallaron a su paso, por Puerto Rico, venezolanos como Manuel Rojas, los abrazaban como hermanos y hablaban sobre las luchas de Bolívar.
          Los hermanos Rojas eran venezolanos, caraqueños, y conocieron a la más valiente de las Abejas de Añasco, que fue Mariana Bracetti. Ella les preguntaba: «¿A qué clase de acumulos aspiran? ... porque hay un triunfo que lograr? ... y yo conozco al profeta que lo define y predice». Y uno había que lo enseñara en Puerto Rico. Era el Dr. Betances, masón de Cabo Rojo; él les hablaba de cierto Triunfo y para hablar sobre ese triunfo, Miguel Rojas se traía la muchacha, siempre peinada con dos trenzas. Cruzaba el campo desde Añasco a Lares y ella terminó casándose con él. Y aprendieron juntos a laborar en el negocio del café. A menudo, reuniéndose con los esclavos, aleccionándolos con Los Diez Mandamientos de los Hombres Libres. Los del Cristo mulato: Betances. Decía que era el Negro Briceño de Bolívar, pero, jugándoselas por Cabo Rojo y Lares.
          Cecilio Dámaso no tuvo la suerte de conocer una Abeja Brava. Ni tuvo en su casa una mujer que bordara la bandera solidaria; él se codeaba con el poder colonial, aunque de joven, menos. Era estudioso, introvertido, amante de los árboles y el estarse solo; pero él les dijo, calladamente, a esos venezolanos de criterios subversivos, creo en ustedes. «Algo me dice que crea». Trataron de alentarlo, de vincularlo a la Misión del Porvenir, para que él visitara los panales y él se negaba, porque ya estaba casado y su mujer tenía miedo de esas cosas de lo subversivo. Ella no tuvo sus brazos de oro, ni sabía hilar con La Fe de la Bracetti, o los Brugman, o Betances. Era mujer de calmas, recelos y con la sola palabra secreto temblaba.
       Significaría problemas o cosas del Diablo. Sin embargo, porque su padre era «hombre de La Fe», Marcianita Echeandía lo quiso. No salió como su madre, muy influenciable y maltratante. Eso solía decir él de todos los Font que le dio ella, excepto de Marcianita, su hija. Le agradeció el nombre que le puso. «Marcianita, para que halagara a su madre» por alguna cosa, pero él habría querido que se llamara Mariana, pensaba en la añasqueña que lo concitaba, con Miguel Rojas, a hacerse revolucionario. «Hay una buena raíz de los Font, pero son los del Barrio Hato Arriba», le decía Bracetti.
          Cecilio Dámaso le contaba a Marcianita que no todos los Báez, aliados a Font, hicieron a su familia, sombra de maltratadores. Los que son malos son esos Feliú. También sucede que los Font tienden a ser estudiosos, calculadores, acumuladores. Sueñan mucho en las cosas materiales. No saben con quiénes se juntan, cuando de negocios se trata y quieren el poder más que cualquier cosa, a veces sin escrúpulos. El examina eso al observar a sus hijos. Dice que Getulio es un puerco. Son hijos enconados, rencorosos, así como fue Cheo Font-Feliú. Y él se desesperaba con muchos de ellos. Los conoció, uno por uno, y decía: «Algo hay aquí que no mezcla, algo con genética mala».
          De su fe anti-colonialista parecía que ninguno de sus hijos había sorbido ni lo mínimo. Todos querían lo suyo, lo que es externo, nada de su alma. En 1878, el primero que se acercó fue Pedro Antonio Echeandía Medina y, con él, Victor Martínez. Querían la finca de Bahomamey, las externas dimensiones de la hacienda. El secreto de «La Fe», no. Hasta los primos le desagradaban.

          2.

          Tantos años y no poder decir a nadie en torno a este hecho. El ya supo el secreto de secretos. Se lo dijo María Luisa Arteaga López, la mujer de Agustín, y él no lo creía. Y los hermanos Rojas de Lares y la Bracetti, de Añasco, al reencomendándolo, le decían: «Ese ideal no lo abandones». Es un mandato. Antes que se abortara el  Grito, su parentela que entroncara con Don José Ignacio del Pumar, Marqués de las Riberas de Boconó y Masparro, Visconde del Pumar y Caballero de la Real y Distinguida Orden de Carlos II, se lo informaban a través de los Mendoza.
          «Hay un asunto pendiente: Fue el anhelo de Bolívar, del Dr. Guillermo Mendoza y de la Coronela Dolores  Dionisia Santos Moreno, quien nos instó a que se lo recordaran innumerables veces y para siempre a todos los Mendoza y Echeandía, Belazquide y Azpiazu, en nombre de las mujeres trujillanas, pilares de la Sociedad Secreta Comuna Hermanos y, ¿cómo es que el mismo Manuel Rojas lo supo, cómo que él reculara después que hizo promesas de servir en lo que fuese? ¿Por qué se hizo él tan escurridizo como gallo juidor, si el mensaje se le dio el día que pisó Cidral: El Marqués murió combatiendo contra el Rey».
          Toda su cuantiosa riqueza la ofrendó a la nueva Patria. A Venezuela no le negó sus hijos, su fortuna y su vida. Así fue Don José Ignacio del Pumar, Marqués de las Riberas de Boconó y Masparro, Visconde del Pumar y Caballero'... siempre probaba sus fidelidades. Concurrió con su apoyo a la rebelión de los comuneros del Socorro, siendo teniente de justicia mayor y alférez real y, por servir a la libertad, fue encarcelado en Guanare... y, ahora ya es tarde para recordar.
          Marcianita ha llegado y él está muerto. Se enteró que ha muerto y vino de chiripaso. Ninguna de sus hermanas quiso avisarle, como si tratara de que vino de paso, a cobrar su parte de la herencia en irse. Ella sí lo amaba a él, por ser persona.
          Desde ese astral fantasmal, desde el que ahora mira, él sabe que ante su féretro están sus hijos. Posan ya que, al fin, serán herederos; harán sus repartos. Ahí está Getulio, capitán de la Guardia, Teresa, Sara, Antonio, Emilio Chilín el Malo... y Marcianita, por supuesto. Desde la muerte, ya con manos cruzadas sobre el pecho, observará que a ella la están atropellando. La desprecian... Es tan distinta y única que pudo haberse parecido a María Regina Montilla del Pumar, emparentada con José Ignacio del Pumar, el Marqués, y simpatizante de La Sociedad Secreta de la «Comuna Hermanos», rival de las hordas españolas, desde las caídas de la Primera y Segunda República.
         Oye. Le preguntan: «¿Qué vienes a buscar, Marciana? ¿Por qué no te quedaste en New York, echándole vivas a Albizu Campos, a comunistas y mujeres modernas, putas y colmillúas que piden que se extienda el voto hasta para quien no sabe leer?»
          Se burlan. Y la culpa es de Marciana Font, la madre blanda... «si hubiera sido como aquella que yo conocí, después que quedé viudo, mas era blanda, pobre mujer mía, mi viudita».
          Se lamió los bigotes hasta en forma de cadáver y eso que Cecilio ya estaba viejo para esos romances tardíos con La Capitalina... ¿Recuerdas, Getulio? Te dije: hazla que venga, que sea puta no me importa, yo sólo quiero que me haga recordar lo que hubiera sido ser valiente, como libertador, subirse a un caballo de los que el Marqués José Ignacio regaló a Bolívar, uno entre mil caballos, tener un segundo aire de vida... encomendaría a todos, entonces, proteger una Doncella, la Libertad... y recordó obsesivamente cómo hasta los Font fueron concitados a luchar contra el coloniaje y la opresión del negro.
          Entre lo mejor de Hato Arriba, estuvo Manuel, Miguel, Ramón y Rodrigo Font Medina, hacendados que liberaron a sus negros (a Juan, Santos, Cruz, Félix y Aureliano) y a todos, esos antiguos Font-Medina, los educaron como revolucionarios, sea por la influencia de Pancho Méndez Acevedo y sus hijos, o por Manuel Rojas y su hermano, quienes les dijeron: «El verdadero triunfo es poner todo lo que tenemos por una patria libre. Una empresa propia de hermanos». Entonces, Marcianita habría sabido, por la boca de su padre, lo que cuentan los venezolanos de la antigua provincia de Bariñas: Somos bolivaranos.
          Ahora que todos los secretos de María Luisa Arteaga están en la hacienda de Agustín y la rama santanderina de los Mendoza se mudó a Pepino, YO, CECILIO DAMASO ECHEANDIA VELEZ, ex-Juez de Pepino, gran propietario, cierro los ojos, por causa de la muerte, y me declaro culpable de no levantar un dedo por la causa de la libertad. Acaricié la idea, es cierto. Pero no hice nada. Tenía no toda, pero algo de la dote del Márques, que pasó a mis manos. La usé para mi beneficio. Soy como un ladrón. Quise educar bien a mis hijos. Les golpié con un látigo para ponerles vergüenza... pero cotéjese los hijos que me dio la vida, uno hasta asesino, delincuente... ¡Tanta riqueza que tuve y se me fue entre las manos! Mucha tierra, tierra con esclavos... y ahora se están peleando todos por un pedazo de la haciendita y las casas que me quedan. Han de querer sembrar más cañaverales... No puedo evitar lo que venga ni hacer nada desde la muerte...

          3.

          «Déjame compadecerte, Marcianita! Acércate y dame un beso, como el de las Hermanas de la Sociedad Secreta en Trujillo... ¿Me recuerdas, con mi carácter duro, Marcianita? y tú más dura que yo, obstinada... Eras como la Coronela, la Santos Moreno de Trujillo: verdadera amazona, una guerrera que habitaría a las orillas del Termodonte, en Capadocia, y admiraría la selva como el paraíso. De entre aquellas guerreras que se amputaban el pecho derecho para que no les estorbara en el manejo del arco, una has de ser tú. Una de aquellas que el cronista Francisco de Orellana, cuando exploró en el gran Río de América, creyó encontrar en la selvas venezolanas y del Brasil...
          Sin embargo, a El Pepino, cuando llegaron desde Bariñas estos Callejo-Pumar (los de Micaela) y los Pumar-Callejo (los de Josefina), estos Arteaga-López (de Fernando), ninguna intención tenían de recordar que en Sur América, como aquí en la islita, cada mujer campesina debió ser amazona. Y él, o alguno, trajo la fortuna, como ellas, sus heredades y vidas, que debían ponerlas al servicio de la lucha y las células de Hermanos. Los rebeldes de Camuy y Lares han esperado que esas familias respondan, no sólo él...
          «Toda la familia Echeandía-Mendoza», le dijeron.
          «A la patria no di nada, Marcianita».
        Cierto es: no he pedido dinero. No. Tampoco se me dijo que participe en las reyertas cuando se han dado.
      «¿Qué me han pedido?», me pregunto. «Te veo, Marcianita, hija mía, y entristezco al pensar que es tu vida».
       ... Tal vez sólo fue eso. Que instruyera en los Diez Mandamentos a los esclavos... El Marqués dio, por amor por la causa de Simón Bolívar mucho más.
Dio 1000 caballos...
«Y ustedes, nada, yo, nada, ninguno y muero triste, ni siquiera duré como alcalde».
Los liberales de Andrés y Manuel Méndez Liciaga dicen que los Echeandía del Pepino no siempre se comportaron como represores. Hubo quien nos lo sacara en cara. Debió ser alguien bravo: Avelino Méndez fue uno. Uno de espuelas en Lares y, por igual, lo dijo en Pepino para que tuviera validez y doliera, antes que él, Don Genero Eleuterio López, a quien el Alcalde Chiesa Doria deportara a Vieques.
Alguien que, desde 1842, por lo menos... que haya recibido informes de lo que el Marqués del Pumar Callejo, muerto en 1814, encomendó que se hiciera como apoyo a los Hermanos, la Causa criolla de El Triunfo y de La Fe, algo con dinero que Juan Bautista Echeandía trajo.
  «Es que ya, en cárcel y declarado insurrecto contra España, no habría tiempo para otra cosa que darlo todo a la Patria».
          Desde 1784, mucho antes morir, testó: «que el día que muera, o se me capture, a los míos comprometo, a que se vendan mis haciendas y se liberen mis esclavos, y son poco más de 400 esclavos, las 58 leguas cuadradas de tierras en hatos, no se las pueden llevar al Caribe, como una pieza en brazos; pero la cosecha anual de 4.000 novillos, véndanlas. Dejen los 2 palacios míos como recuerdo; hay 65.000 pesos en efectivo, varias haciendas, embarcaciones, prendas y muchos bienes; todos los caballos que sean para Bolívar y quien luche en sus ejércitos, los que decidan acogerse a la Ley de Gracias, vayan al Caribe, allá tengo amigos, algunos son socialistas utópicos».


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