Saturday, November 17, 2007

El vecino feliz


Para que haya uno, uno solo,
a quien oiga y sea él, de los que conmigo
canta sin ningún hermetismo, invitaré
al vecino, al más humilde, al que tenga
amor social a flor de piel y parezca un mendigo.

Uno que no sepa por qué ya no hay certezas
ni absolutas ni provisionales; él no sabrá
de los distanciamientos, ni del Islam
ni de Occidente. Que el mundo viva
como vive, dividido y fragmentado,
no importa un higo, no le va
ni el viene. Es un hombre sencillo.

Sólo dice: yo ví, lo sé como las palmas
de mis manos; lo sé como mis días
de contento que han sido muchos
sobre la Tierra y mi barrio.

No sabe él lo que es real en el universo.
Tampoco quiere saberlo, sería egoísmo
que él crea soportar tan gran conocimiento,
si es un tonto, carente de todo mérito.
No. No. «Yo no tengo verdades ni dioses,
tal vez los hay. No lo he sabido,
no los he visto aún; yo sólo vivo
agradecido de que vivo».

«Sí, me da pena de usted.
De lo más bello que vio
(esa mujer mencionada del instante)
sólo guardó por recuerdo un zapatito.
Yo de mi mujer lo guardé todo,
hasta basura que sobró tras su muerte.

Lo más lindo no es recordarla con su par
de chanclas viejas; ha sido lo memorable
cómo la amé siendo ambos pobres
en la chucha miseria de la vida».

Canto al hermetismo /
Canto al hermetismo 2

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