Dijo que fue su decisión no verse castigado,
subyugado, torturado, mal herido o, en fin,
eliminado y él escogió sobrevivirse,
verse vivo. Admitió la moral de otros a su lado.
¡Y los seudos maestros dijeron: Bien hecho!
Y lo consolaron: vida por vida, tu vida.
¿No es cierto? Al fin y al cabo, lo instruyeron:
Tienes suerte. Te eligieron. Te premiaron.
Has vencido la muerte sin saberlo
y hallaste gracia a los ojos de quien
pudo ejecutar tu asesinato.
A ninguno habían perdonado en la villa.
¡A él… por ser fuerte, ágil de piernas y de brazos!
Era joven. Reclutable. El sí podía ser soldado.
7.
Los sofistas sí que dan buenos consejos,
ha dicho con su ironía el papilla de marras.
Tu vida es primero.
Tu responsabilidad es sobrevivirte
no importa cómo ni ante quienes, el precio.
Los sofistas, con argucias, instruyen
a los militares y los exterminadores.
Ustedes no son asesinos.
Su violencia es justicia.
El peligro y el azar, sus enemigos.
A la seguridad de sí mismos
podrán llamarla el orden conquistado.
Destruir es asunto de inteligencia
y cada zona de exterminio es predefinible,
justo antes del crimen, como los objetivos.
Los sofistas son retóricos consumados
y maestros bien pagados. Y observa
lo que, desde la Restauración de 1660,
dijo Hobbes, pensionado de Carlos II:
el hombre es un ser apetente y perverso,
antisocial, bien que se vale matar
al que es salvaje, lobo fiero contra el otro.
En estado natural, se contendrá al salvaje,
por su peligro, o sus inclinaciones.
Defínase pues un Estado, una clase elitaria.
Alguien tiene que encargarse de matarlos.
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