¡Qué asimetría más absurda
el ego con su rabia y sus riesgos,
la incierta bondad, oculta en el espíritu,
o la presencia ideal de los perdones!
Asumido inocente, con tal que seas
culpable a todas luces y se pueda
un desprecio que te humille.
Uno ignorado después de haber nacido
para escarnio, uno en el despropósito
de los que entregan llanto para que pagues
su venganza con tus huesos.
Uno asumido inocente en la abstracción
del reino hipócrita que juega al escondite.
Uno, en autodefensa, en las ciegas miras
de la Nada, vecino de odios difusos,
en la diáspora de furtivas alegrías
y la nostalgia y el resentimiento.
7-12-2000 / Del libro: El hombre extendido
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