Yo, desorientado ahí,
sin nada del Ser, sin Nada en sí,
adolorido, digo: No, No, No
y Don Nadie escucha. No se vale.
El valor es cero, lo mínimo.
Me han compadecido
con el mismo desprecio con que jefes
diseñan la sociedad de sus consumos;
la belleza en abstracto que también se diluye
como humo. Ni a los dedos da grumos
y utilidad social real no tiene
aunque te pidan: «Págala»
(para que venga el ángel, la misericordia,
el milagro, la última frontera del poema).
Antes de tu hundimiento, disfruta del hedor
de un poco, casi nada, de alegría.
Vive del Dios que ha muerto, esteticista,
y de su indiferencia, su silencio.
Vive, al filo del progreso,
lo justificable de este odio cientifizado
a la costumbre, al prejuicio, al valor
de intuiciones sublimes,
que son espumajos de la alegoría.
¿En cuál de los sentidos vas a verificarte?
¿En qué hedonismo si tu creer es tan hueco,
si el creer da señal alucinada, creer es
puñal clavado y el quehacer, más anemia
cultivada en los valores vigentes.
Descreído y descreyente,
ni la intución te sirve ni la razón funciona;
el mundo es un asalto cotidiano, expulsión
de lo maravilloso. Lo aparentemente real:
la carcajada más cruel cuando viras la espalda.
3-8-2004 / Del lbro inédito Heideggerianas / Sequoyah 2
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