Estoy socialmente controlado
y no me justifico. Tengo internos conflictos
como sombra; en las penumbras, manotean
los fantasmas. Quizás del pasado han llegado
y han seguido mi rastro. Han ladrado
y mordido cuanto pueden como perros
en un orden contingente de mi andanza.
Me han llenado de culpa,
toda la que devela un superego poderoso,
toda la que tiene por tarea un agente carcelario.
Antes he dejado que se pongan grilletes
en mis manos, que escupan con rayos y centellas
a mi rostro, antes soy perro meado
y saprógena criatura de letrinas y panteones
que tomar la venganza temeraria
y que me devuelvan rencores por rencores.
No sé por qué dañar, sin un motivo, al que me dice
«Eres mi rival, mi victimario».
Más, ¡qué dura es mi sobrevivencia!
más cruel que el miedo, o el suicidio mismo
del egoísmo atenuado en las sombras.
La bondad recíproca no cuaja.
Una renuncia a medias vence lo que siento.
¿Por qué no ser todo lo perverso que es posible?
¿Por qué soy yo el que no quiero?
Del libro: El hombre extendido
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