Sunday, December 2, 2007

El despreciador a las puertas



El despreciador en la Puerta de Dalet
vio al ego en su jornada y meditó:
«Va tan solo» y urdió, por tal razón,
herirlo, armado de gargajos. Lo escupiría.

Se acercó cuanto más pudo para avergonzar
su ceño, profanaría su ser. «¿No tienes nada?»,
insistió, «¿nada tuyo?», porque dio la negativa
lo hizo innecesario. Lo ignoró para siempre
y lo escupió, tras decirle: «No existes».

2.

Pusíste la oscuridad a mis pies
y me llamaste el pobre del mendrugo,
el más pordiosero de la estirpe.
Cuando llegas a cualquier portal
se asoma el miedo y, en mi puerta fue igual.

Te dispusíste a hollar este gusano de Jacob.
Invadíste la apertura de mi casa
con tus mentiras de altruísmo
y la centavería del escarnio;
pero la calle tuvo un eco por tu causa:
«¡Entró el despreciador por la Puerta de Dalet»

3.


¡No vengas, no! No venga a declarar su humildad
para el humilde quien no haya sido lavado
de su lepra en Shiflut, la voz de la promesa.
Quien no lava al humilde, ni puños de jabón tiene,
el que viene y no cura ni bendice, que se vaya.

El la esquina donde se dobla el dador
y el don que lo recrea, uno que no se para en plenitud,
el despreciador que embauca y escupe, debe irse.

¡Cuidado, gusano de Jacob, a esos ricos
de pose y pandereta, no se le para
(ni en bronce) ni el nabo-uko-dono-sor!

Quienes no sumerjan el ente
en la Fuente de los Compadecidos,
que no venga. Que primero sea el bitul
bimziut mamash, limpio calcio
y postración… que el hombre rico
del gargajo, no venga. No.

Sí. Que no venga a declarar su humildad
y con su limosna se vaya a su reino
de desperdicios y altares saprógenos.

7-03-1996


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