¿Qué saben ellos de Jachin y Boaz
cuando son chicorrotines, impúberes
de bla-blá, sin alfabetos, sombras
aterradas con por las Mayas de dualismo?
Su entusiasmo, tumba-loncos,
su guerra santa, vale lo que vale
un grano de comino y cada cabeza
que cercenan más valiosa
es que todos ellos;
por eso cada cuerpo se repite
y ellos lo ven, con ojos ciegos,
en ropas de deshonra,
en vasos rotos.
Nada cambian.
Son héroes del pillaje.
Espadachines de la muerte.
Hijos del quebranto.
Batallan por las nenorras
de algún ilusionismo,
alienaciones del trascendentalismo.
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