Sunday, December 2, 2007

Las siete hijas de Eva

… al fruto que me alimentó lo regresé.
Otro fruto y cada vez que me cortaban ramas de ilusión
crecían más fuertes realidades:
Maritza Pérez,
poeta puertorriqueña de la Generación del '70


Culebrita que estás en la Tierra
(y cuyo Edén, más allá de lo óntico,
se te fue de la memoria), dáme tu pan cotidiano.
Acuérdate de las siete hijas de Eva.
Avísame si están vivas en los cielos.

Dona a los ribosomas, pero dáme
trece proteínas porque soy el hambriento.
Fosforilizaré lo que debo al Azazel oxidativo.
Házme de paz. Dame tus días de menstruo
y que nadie entonces me toque; haz el placer
para la espiga oblonga, pero también
anuncia el dolor respetuoso, el ser mujer,
y la forma-materia y sustancia en sí
que es misericordia, justicia inagotable
siendo la grandeza tan humilde, energía
que no se tira al trasto, por ética hermosura,
por causa de entropía.

2.


En mí crecieron todos los azules verdosos
de los ríos y cunetas, frutas dulces, agrias, raíces
de yerba mala, malojillo, tabaco, café y caña,
nidos de reinita: Maritza Pérez

Que del ADN mitocondrial
no falte esa energía en los días del Kotex
ni en los días celestes del orgasmo.
Hijo sea de los óvulos de la Tierra
(porque dependo de tu entes mundanales)
lo mismo que de las hiedras eternas,
infinitas del Yetzirá y el Ofiuco,
hijo de tus mejanas
del cimiento.

Tú, que puedes abrir, dar alimento,
las membranas resistentes, santifica
mi nombre, yergue tu voluntad
en mundo y cielo,
la valencia de tu espacio,
a veces súbito y violento
y permite que viva,
lo mismo que mis enemigos
que han preferido ser el muro,
el escollo, la rémora,
bendícelo en el folículo,
en el vector de vidas bacterianas,
en la abiogénesis.

3.


Dependo de tu prehumanidad.
Vasijas, receptáculos, cálices,
tallos que me precedieron,
entonces, permite los intrones
y reprende a los intrusos
y al gorgojo y al parásito
que arruina nuestros nombres.

Son 150,000 años de tu arrastre
antes de amar tu cuello uterino
y salir del desierto,
ausente de tu alma
como estuve.

Ahora te llamo citostoma
y me glorío de tu forma de serpiente
y en el altar de tu óvulo
me renuncio como cuerpo
de pólipo y molusco
que a contragusto
admite la belleza de tus cilios
y tu boca de ostra que me aperla
y tu beso de manzana.

Ahora si nazco a gusto
de tus cascarones y me bautizo
en los amnios.

4.


Del plano de tus secuencias aminoácidas
hice mi alfabeto. Creí al shofar, a la trompa
de Falopio, al dulce aguijón con que matas
(a mí que soy más pajarón y distraído
que tú, cuando vamos a la vida,
no por mero pervivir, por la raíz y lo básico,
del encuentro infinito, y la tarea de corregir
las diez potencias de la Dicha y el Destino).

5.


Obrero de las reencarnaciones,
oreja del espíritu, músico del alma,
amigo y poeta pepiniano,
Héctor Soto Vera


Bajo la roca donde la Hidra se cercena,
tu cabeza inmortal, Seth, mi serpiente,
me salvaste de la fosa; el fuego de mis rivales
no me alcanza. De mí no hizo fósil, ni me recombina,
regresivamente, para que yo sea
alimaña, hiena, lagarto, me protejo
cuando tú me instruyes.

Como Loba me lactas, como médico celeste
Asvín te llamo; del caduceo te cuelgas,
como un rayo kundalinas y encantas.

Tú me gustas como mensajera de ARN
y me la elaboras como quiero.
A la enfermedad, al virus, a la basura,
recoges, atrapas, reciclas.

Del libro Teth mi serpiente

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