a Narciso, quien se miró en oro y azul
... pero uno había en Gal Edén que no quiso
otro rostro que el suyo en la perennidad de las aguas,
uno autosatisfecho de sus propias ondinas.
Apreció las ofertas ilusorias de sí mismo.
Y se vio en oro y azul por sus propias vanidades.
Uno que, por desbordamiento ilimitado
de la existencia, ahí donde lo puse,
no halló su libertad en el prójimo,
ni en el amor, que es ser-para-otros.
Uno había (que no los quiso bien).
Uno había, desajustado, uno pije,
sin polilla en la lengua y capaz
del homicidio, por todo lo bajo.
De la necesidad hizo virtud al desplazar
la líbido en el Estanque de las Neurotonías.
Ni la sangre de sus venas quiso, en rigor.
Uno fue que hablaría raboneras
y cerró sus puertas por la tarea
de amarse a sí mismo.
Alguien que, con carlangas, se urdió
entre los mansos y recogió
pajas de las eras, siendo tan sublime
lo que abundara sobre la tierra que dí:
A ramal y media manta, Sol,
me tienes: y amenazó
Tomaré un niño, una paloma,
y lo haré mi ofrenda
y me oirás, al fin, porque en el retablillo
de mis pajas esparciré cenizas
y para las hembras de mi casa
traeré jorros, juguetes óseos
que mis hijas vestirán de trapo.
Fue entonces que supe
lo que él guardara en secreto:
impulso malo y que es (¡lo supe!)
un nango-lango de Nequencia,
el que anda a nones, ofreciendo
el monipodio de su oferta
y en la ringlera de vidas se torna
en capitoste de la náusea
y el Gran Visir de trifulca y escándalo.
Descubrí el encubrimiento y le llamé
ben sorer umoré: el ángel rebelde
y el golem innecesario.
8-09-1999
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