¿Qué cifra de verbos la mujer necesita?
¿Qué edad tiene la voz que articulamos?
¿Qué espacio dar al vocablo encendido,
dónde colocar sus grandes verbos?
¿Envejece el adjetivo?
¿Será niño el viejo que renueva sus años?
¿Es, en verdad, odiosa la palabra rencor?
¿Hay divinas palabras para llamar
al cielo, los amores o al infierno?
¿Habrá un adjetivo inocuo para avisar
las penas y la aniquilación?
Lo que no existe aún,
por falta de palabras,
¿quién lo nombra ante el ansia
profunda de los ojos?
2.
¡Cómo fluyes, río cerrado y absoluto,
cómo te haces querer sin condiciones!
Y no tienes apóstrofes ni comas
ni sangre ni hueso ni argumento ni tramas ni letras,
sólo tambores y flautas y aguas
que son todo sucediendo en suspiro
melódicamente sostenido
desde el fondo de la mar
y el silencio.
3.
Bailarín del ritmo de las sílabas,
ocupa tu espacio, pista cósmica
de la página azul de mi sangre.
Panadero de la harina del lenguaje,
amasa mi ser con cosas nuevas
y llueve tus rojos misterios
para los mugres pantanos de mi hemoglobina.
Timbalero de las cuerdas vocales,
retumba con tus manos en mi piel
para que existan regocijos en mi geografía.
4.
A veces, la palabra es verazmente inconmovible
como el amor que no cuaja,
como el deseo que queda insatisfecho
y la caprichosa fiera, jactanciosa, que se burla.
Oíd que la palabra no baila con cualquiera.
Este es su día de rabieta femenina,
su Luna, su pantano de escorpiones,
su cumbre de cabrita cabrona.
Consigo baila.
Ella misma se besa,
se corrompe a solas con su narcismo,
y se desplaza con trámite de nóumeno
como perversa coqueta del lirismo.
Una palabra,
para ser lo que es,
se espía desnuda sus tropos,
lexémicos romances de su ombligo,
sus curvas y caderas
de sibarita fonológica
ante el gran espejo de la mundanidad.
De Heiddeggerianas / Blogsite / Zorro y Aluzina2
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