Thursday, July 19, 2007

El dharma de Jacob

Vengo a quitarte todo lo que no es tuyo.
Te quitaría los ojos (no sabes observar),
pero no temas. ¡Quédatelos, Esaú!
... por si un día te topas con el pozo de tu tumba
y te caes en vida, que al menos sepas que tuyo
fue el andar, el trecho de camino e improvisaste
el capricho, las señales, hasta dar con el último acomodo,
el féretro, la ineludible muerte, lo incompleto.

¡Quédate, orejón, con las viandas!
Hay azadas que conocen cosechas
y entran a la dulzura de los frutos.

Tú entras al sabor ajeno y te relames
en el dolor del que produce. Eres un explotador.
Amargo es el sabor de tu mosto y aún la sombra
de tus palmares; la vid de tus huertos ofrece
más tristezas que alegrías; nadie canta a tu lado
porque eres el látigo del capataz, el heredero innoble,
el dueño parasitario y tu voz ordena a los mustios
y tu paso se adelanta a la inocencia y la tienta
y sucumbe, por lo que en tí se juntan
todos los feneceres, la tragedia del mundo.

Aquí, sin embargo, ven por el pan
y bebe lentejas nuevas: he guisado un salmo
y, en mis estrofas, sobreabunda la abundancia,
el empírico aviso, las señales de contentamiento.

Aquí se proveen por caridad, o lo que sea.
El sol es una olla desde la que sirvo a todos
potaje que refresca, nutre, leche que se esparce
en los ríos, en las navas, en los hatos de las villas.

¿Por qué a tí, hermano, no habría de servirte?
Sea amo o siervo, prudente o descarriado,
doy porque produzco y sirvo porque es justo
que el más grande sea el protector del pequeño
y el más sabio que el instruya al ignaro.

La primogenitura colectiviza el poema del sustento.

De Yo soy la muerte

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