Aprenderé tu misterio de kutasha
que todavía me olvido,
soy impuro y celoso...
Yo no sé cuál es tu nombre;
pero tú eres lo más valioso dentro de mi alforja,
tesoro en oro dentro y fuera de la morondanga.
Nos conocimos en Catalunya nova
donde el cuerpo es tan sagrado
como negarlo en ciclo eterno de renacimientos.
Creí que estaba en el paraíso porque te ví...
Mencionaré otros recuerdos de mixoscopía
porque yo sé que fuiste virgen
y hay que sangrarte cada día
para que haya un manantial,
si hoy no lo eres.
En mi carne, sudaste las hebras de plata.
Zanjaste sequedales y de tus laberintos
echaste las aguas de la inercia, uniéndolas
a las aguas de mi bulbo raquídeo
y así nos conocimos bajo una tormenta de meralgia.
Antes de irte con tu mugrero de sílabas sacras,
¿qué hicíste sobre mi ombligo y mis escrotos,
qué marunga bailaste sobre el pene?
¿Con qué trozos de ajenos relámpagos me llenaste
las pupilas de luz, o diluvios, o viscosas madejas?
Garras me sobran... pero yo amo
este vestido que te quitas
cuando me robas la piel.
Me estremecen tus comportamientos
de sattva y de oogonio
y tus gemidos cuando rajas al Tat
y no se sabe quién es madre e hijo
cuando te mueres a plazos
debajo o encima del meteco,
mientras comes el akasha al mataperro.
Tú cuelgas milagros a las ramas,
atrapas energía del sol y te dedeas,
te abres, te excitas, te mojas
y fuera de las bragas,
me complicas en el mundo
de dos macuaches malvezados.
Del libro Tantralia
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