(¡a La Dama que tienes extasiada!)
con el Yo cesativo, con la joya de oro
de tu canción temprana, hecha de enana carne,
pero de intensos fuegos, pequeño Carlos,
la has conocido e identificado, no olvidas
a quien te come los párpados a besos,
no olvidas a la más puta puta
entre las masas dionisíacas de tu canto,
tú que crees en la Voluntad afirmativa
de lo hermoso (¡yo soy lo hermoso, Carlos),
tú que crees en los juegos heraclíteos
de lo finito y lo eterno (¡yo soy la plenitud
que ya esperabas!), la muerte que te quita
lo finito y de absorbe y te come los ojos
y se enfanga contigo en plexos de sol y abundancia,
de misterios, ocultos más allá del lenguaje
y las lógicas absolutas y viles certidumbres
de los poderosos, autócratas
de metafísicas de engaño rastrero.
De Yo soy la muerte
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