yo era un loco de verano.
Un chiflado mataperro con mis días.
Vivía por estas playas
(que parecen tan simples:
sol y arena, agua y caminos)
y, de súbito, cayó del más alto nidajo
de la palma, el melón lactoso,
tu presencia y me llevaste
a la mejana de la fuente:
la sensación, Tu Carne.
Para los hechos singulares
(que yo dí por creídos, asentados
virtuosamente verdaderos)
buscaste las segundas intenciones,
la oscura gramaticalidad,
el sendero verificador de desviaciones.
Golpeaste el idealismo subjetivo
sin piedad, estremeciéndome
e hicíste del espíritu de Berkeley
una masa apestosa de mabinga
por la que siento lástima.
Despojaste al paisaje de sus bragas.
Todo ultrajaste con asco y placer.
Díste propiedades caprichosas
a lo que vestido estuvo
de inmaterialismo;
calidades sustanciales
a lo que había inmanifestado
y vírgen en mi mirada,
pero vedado a mi tacto.
Por eso ha nacido esta lujuria
gratamente, pero me duele ir a imitarla
y ejercer songa. Ha tomado tiempo
tener tu sangre fría.
Bajo el sol de mi islilla
fui tonto y piadoso,
imperaba una inocencia
que no comprenderías;
pero sin esta experiencia a posteriori
de quererte, Melpómene,
todo sería tautológico y arcaico
bajo el sol y mis días.
6-7-1989 / de Tantralia
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